Antonina se sentó frente a él, sintiendo un nudo en el pecho.
La conversación insignificante se estaba convirtiendo en un hilo fino, amenazando con romperse en cualquier momento.
“No estaba simplemente sentada allí. Es la segunda vez que entra sin llamar. Estaba rebuscando entre mis cosas, Seryozha”.
“Exageras”, intentó sonreír.
La sonrisa salió torcida, como la de un estudiante culpable que espera que el profesor no se haya dado cuenta.
Y entonces Antonina decidió preguntar qué la quemaba por dentro desde hacía tanto tiempo:
“¿Por qué viene aquí? ¿Qué está pasando realmente?”
Sergey apartó la mirada. El silencio fue la respuesta.
Y cuando por fin habló, las palabras cayeron como piedras de hielo: