Las mismas que usaba su suegra.
Se le encogió el corazón. Todo se volvió demasiado familiar. Demasiado predecible. Demasiado inquietante.
“Ha venido mamá”, anunció su marido, Sergei, con naturalidad desde la cocina. Y esa voz tranquila, casi perezosa, solo reforzó la premonición: algo se escondía bajo su tono monótono.
Cuando empezaba a hablar así, significaba que no lo contaba todo.
Antonina dejó el bolso con cuidado, sintiendo que la habitación se llenaba de la espesa y viscosa sombra de una verdad no solicitada. Aún no sabía que esa noche sería el principio del fin. Pero su corazón lo sabía.
2. Conversaciones como Muros
Cuando entró en la cocina, Sergei estaba sentado a la mesa en pijama, como si estuviera listo para desaparecer bajo las sábanas y dormir bajo cualquier tormenta. Sus ojos se movían como platos, y la taza le temblaba en las manos; la golpeó contra el plato, como siempre hacía cuando intentaba ocultar algo importante.
“Simplemente se quedó sentada allí”, dijo, intentando parecer relajado.