—Se acabó, Miguel.
Me levanté y me fui sin mirar atrás.
No tardó en correr la noticia. Mis verdaderos amigos, los que no me traicionaron, se mantuvieron a mi lado. Y mi familia… oh, ellos intentaron comunicarse. Mi madre me llamó varias veces tratando de justificarlo todo.
—Niña, no queríamos hacerte daño. Estábamos en una situación difícil. Tienes que perdonar.
—¿Perdonar? No.
Seguí adelante. Con el tiempo, reconstruí mi vida.
Me fui de aquel hotel y me compré un nuevo apartamento. Me concentré en mi carrera, en mi futuro. Y Miguel… bueno, pronto se dio cuenta de que la vida no era tan fácil sin el confort que yo le proporcionaba.
Unas semanas después, recibí otro mensaje.
—¿Podemos hablar? Te extraño.
Reí. Lo borré sin contestar. Y por primera vez en mucho tiempo… me sentí libre.
Cuando finalmente recibí la confirmación de que Miguel había sido formalmente notificado de la demanda de divorcio, suene que su auténtica pesadilla acababa de empezar. Intentó comunicarse conmigo de todas las formas posibles. Me llamó decenas de veces al día, envió mensajes sin fin, incluso aparecía en los lugares que sabía que frecuentaba. Pero no respondí.
No le di la oportunidad. Me negué a permitir que me manipulara.
Una noche, al regresar a mi edificio, encontré a mi madre esperándome afuera.