Volví a buscar un paraguas. Y oí a mi marido hablando de mí con su hermana.

Esa noche, por primera vez, dormí en paz. Sin ansiedad, sin…

Sin el nudo en el pecho de siempre.

Como si algo dentro de mí hubiera hecho clic y encajado.

Mañana fría

Una semana después, habló:

—Sveta, ¿qué te pasa? Has cambiado.

—Simplemente dejaste de intentar complacerme —respondí.

—¿Te ofendiste por una tontería otra vez?

—No. Simplemente dejaste de explicarte.

Soltó una risita. Como siempre.

Volvió a mirar las noticias en la pantalla.

Y pensé: cuánto tiempo había temido este momento. Miedo de ser indiferente al hombre con el que había vivido casi veinte años.

Pero resultó que la indiferencia no da miedo. Es silenciosa, como la nieve. Y muy pura.

Leave a Comment