«¿Estás bien?»
Yo solo asentía.
Pero en mi cabeza, una y otra vez, oía:
«No sé por qué estoy aguantando esto».
El cuarto día, me levanté temprano, me serví un café y abrí mi portátil.
Busqué «abogado de divorcios».
Apareció una lista. Decenas de nombres.
Mi mirada se posó en una mujer: experimentada, canosa, con reseñas que decían: «Profesional, me ayudó a dividir mi piso».
Rellené el formulario:
«Divorcio. División de bienes. Consulta».
Lo envié.
Y por primera vez en mucho tiempo, sentí una gran paz interior.