Me senté en el banco mojado. El agua me resbalaba por los dedos, por las mejillas; era imposible distinguir entre la lluvia y las lágrimas.
La gente pasaba apresurada, refugiándose bajo sus paraguas, y yo me quedaba allí sentada, preguntándome: ¿y ahora qué?
Podría volver, armar un escándalo, romper un plato, desahogar mi frustración.
Y luego oír: «¿Estabas escuchando a escondidas? Solo bromeábamos. Exageraste».
No. No les daré motivos para que me llamen histérica.
Si voy a cambiar algo, que sea en silencio. Con frialdad. Para siempre.
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Cuando entré, estaban sentadas en la cocina.
Tomando té, sonriendo, como si nada hubiera pasado.
«¿Dónde has estado?», preguntó Vova.
«Caminando», respondí con calma.
«¿Bajo la lluvia?», preguntó Lenka sorprendida.