Viuda desde hacía 5 años, me enamoré de un hombre de 25 años a los 65. Me sentí joven de nuevo, hasta el día que me pidió prestado un kilo de oro… y entonces…
Pero sí sé que para mí… cada emoción era real, incluso el dolor.
Todas las noches, sigo mirando nuestras fotos antiguas: riéndonos con un café, él dibujando en su tableta. Una vez creí, una vez soñé… y ahora, solo me queda un doloroso despertar tardío.
Alguien me preguntó una vez: “Si pudieras regresar al pasado, ¿le darías ese oro de nuevo?”
No. Nunca. No le desearía esta humillación y este sufrimiento a nadie.
Pero si preguntaran: “¿Te arrepientes de haberlo amado?”
Entonces también…no.
Porque por ese breve momento volví a estar viva: sonreí, me sonrojé, creí en algo hermoso.
Es solo que… deposité mi confianza en la persona equivocada.
Parte final: “El amor no me traicionó. Lo hizo él.”
Un año ha pasado desde que Arjun desapareció con todo lo que tenía. Y sin embargo, todavía me despierto a veces, esperando un mensaje que nunca llega. No porque quiera que regrese —no, esa herida está demasiado abierta para cerrar tan fácil—, sino porque todavía estoy aprendiendo a perdonarme a mí misma.
Después del escándalo, me convertí en el susurro favorito de las reuniones sociales. “¿Supiste lo de la señora Sarla?”, “¡A los 65, enamorada de un chico de 25!”… Las mismas mujeres que alguna vez me invitaban a leer poesía y a tomar chai, ahora me evitaban con sonrisas incómodas y miradas de lástima.
Pero no todos me dieron la espalda.
Mi hija, Neha, me abrazó como nunca antes lo había hecho. Y un día, mientras fregábamos platos juntas, me dijo:
—Maa, tú me enseñaste que los errores no definen quiénes somos, sino lo que aprendemos de ellos. Lo que hiciste fue amar. Y eso nunca fue un crimen.
Aquello me hizo llorar.
Con el tiempo, comencé a escribir. Primero solo en mi cuaderno, luego en un pequeño blog. Conté mi historia, no como una advertencia, sino como un acto de liberación. Lo titulé: “Amé y me estafaron: y aún así, no me arrepiento.”