Viuda desde hacía 5 años, me enamoré de un hombre de 25 años a los 65. Me sentí joven de nuevo, hasta el día que me pidió prestado un kilo de oro… y entonces…

El blog se hizo viral. Mujeres de todo el país —algunas jóvenes, otras mayores que yo— comenzaron a escribirme. Me contaban que también se habían enamorado, que también fueron juzgadas, usadas, olvidadas… y que nadie las había escuchado sin juzgarlas. Yo sí. Y ellas me escucharon a mí.

Un periodista incluso vino a entrevistarme. Quería saber cómo una mujer podía perdonar tanto daño.

—No lo perdoné a él, —le dije—. Me perdoné a mí. Porque si dejara que esta herida definiera mis últimos años, entonces él ganaría dos veces.

Decidí donar lo poco que me quedaba del blog y las contribuciones de apoyo que recibí a una organización que trabaja con mujeres mayores víctimas de estafa romántica. Abrimos un pequeño espacio en Pune llamado Aasha Ghar, “La Casa de la Esperanza”. Allí, las mujeres pueden venir, hablar, llorar, reír… sanar.

Mi pelo está más blanco ahora. Camino más lento. Pero mi corazón —ese que creí roto para siempre— late firme otra vez. No por Arjun, sino por mí misma.

¿Fue un amor real? Para mí, sí. Porque lo que yo sentí fue sincero. No puedo controlar lo que otros hacen con el amor que les doy. Solo puedo elegir qué hacer con lo que me dejaron.

Y lo que Arjun me dejó… no fue solo una traición. Me dejó una versión de mí que pensé muerta: una mujer que aún puede sentir, aún puede luchar, aún puede inspirar.

Así que hoy, mientras escribo esto desde la ventana del pequeño centro comunitario, veo a una mujer de 70 hablando con una chica de 30. Se ríen, comparten chai, y una de ellas dice:

—No estás sola. Yo también creí. Yo también me caí. Pero estoy de pie otra vez.

Y sonrío.

Porque aunque me estafaron el oro, el amor que di… nunca fue una pérdida.

Fue mi mayor acto de valentía.
Y aún lo es.

Leave a Comment