Vendí mi terreno y se lo di todo a mi hijo mayor para que construyera una casa… Pero solo dos meses después, me dijeron que me mudara a una habitación alquilada. No sabían que, cuando firmé los papeles, ya tenía preparado un plan—una jugada cuidadosamente pensada durante mucho tiempo.

Cuando me echaron de la casa, no dije nada.
Solo tomé algo de ropa y me fui.
Mi nuera estaba encantada, creyendo que finalmente se había librado del “viejo estorbo.”
Pero dentro de mí, un fuego comenzó a encenderse.

Cada día pasaba por la obra de construcción para trabajar como obrero.
No solo para ganar dinero, sino para observar la casa.
Sabía que estaban hundidos en deudas.

Una semana después, volví al abogado.
Le llevé todos los documentos y las grabaciones.
Me dijo:
“Su caso es sólido. Aunque esté a nombre de ellos, usted sigue teniendo derechos. Podemos presentar una demanda.”

Asentí, pero no tenía prisa.
Quería que primero sintieran el peso de lo que habían hecho.
Hablé con mi hijo menor, que vivía en la provincia.
Cuando escuchó todo, rompió a llorar.
Solo le dije:
“Tranquilo. Deja que tu padre le dé una lección a tu hermano.”

Leave a Comment