Una viuda solitaria compró 3 huérfanos con sacos en la cabeza y se los llevó cuando uno de ellos…

Una viuda solitaria compró 3 huérfanos con sacos en la cabeza y se los llevó cuando uno de ellos…

La tarde caía sobre las colinas, tiñendo el cielo de un dorado apagado. La viuda Marta Langley permanecía de pie en el umbral de su modesta casa, el chal apretado contra los hombros, mientras el reverendo Stokes la miraba con preocupación.
—No me romperá la mía —respondió Marta con serenidad, los ojos fijos en el horizonte.
El reverendo suspiró, sabiendo que nada podría mover la terquedad de esa mujer.
—¿Quieres que te ayude a registrarlos oficialmente? Podemos ir con el secretario del condado, hacerlo legal.
Marta negó con la cabeza.
—Aún no. Primero necesito saber que se quedarán.
El reverendo advirtió:
—Yo no confiaría en eso. No con lo que han vivido.
Ella desvió la vista hacia las colinas, luego a la puerta cerrada detrás de ella.
—Entonces haré historia nueva —dijo el reverendo, dejando escapar una leve sonrisa—. Siempre fuiste terca.
—Aprendí de los mejores —respondió Marta.
El reverendo se tocó el sombrero y se giró para irse, pero antes de montar lanzó una última advertencia:
—Marta, espero que sepas lo que estás haciendo. Acoger a un solo niño ya es difícil. Tres, es una resurrección.
Ella no respondió, solo lo vio marcharse. Dentro de la casa, Milo espiaba tras la cortina.
—¿Quién era? —preguntó en voz baja.
—Solo alguien que se preocupa demasiado —dijo Marta—. Tiene miedo de lo que nos pueda pasar.
—Yo también —susurró Milo sin levantar la vista.

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