Para Emily, fue abrumador. Odiaba la atención. Los clientes del restaurante donde trabajaba susurraban al verla. Algunos se burlaban, otros la felicitaban. Pero ella siguió centrada en sus turnos y en pagar las facturas médicas de su madre. No esperaba volver a ver a Alexander Reed jamás.
Pero se equivocaba.
Una semana después, mientras limpiaba las mesas del restaurante, la campanilla de la puerta sonó, y allí estaba él.
Sin traje caro esta vez —solo una camisa blanca con las mangas arremangadas, pero aún con esa presencia que imponía respeto. Las conversaciones se apagaron al instante.
Caminó directamente hacia ella.
“Emily Harris,” dijo con una ligera sonrisa. “Espero que no te moleste que haya venido.”
Sus mejillas se sonrojaron. “Señor Reed… ¿por qué está aquí?”
“Porque mereces más de lo que pasó aquella noche. He estado pensando en lo que me contaste —sobre tu madre, tus dobles turnos. No deberías enfrentar eso sola.”
Ella negó rápidamente con la cabeza. “No necesito caridad.”