Camila seguía junto al ataúd sin moverse.
Parecía cansada, pero no quería acostarse ni alejarse.
Entonces la abuela le trajo una cobija y se la puso sobre los hombros.
Nadie insistió más.
Pasó un rato largo y la mayoría empezó a distraerse.
Unos salieron a fumar, otros fueron a la cocina por café y la mamá se quedó sentada en una esquina con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.
En ese momento, Camila se subió a la silla, apoyó una rodilla en el borde del ataúd y trepó con cuidado.
Lo hizo despacio, como si ya lo hubiera pensado.
Nadie se dio cuenta hasta que ya estaba adentro, acostada encima del cuerpo de su papá, abrazándolo fuerte.
Cuando una de las tías se giró y la vio ahí, gritó sin pensarlo y todos corrieron.
Fue un caos.
Al principio creyeron que se había desmayado o que estaba teniendo una crisis, pero cuando se acercaron vieron algo que los dejó sin palabras.
La mano de Julián estaba encima de la espalda de Camila, como si él también la estuviera abrazando.
Algunos se quedaron congelados y otros empezaron a decir que la niña lo había movido, pero no tenía sentido porque la mano no estaba en una posición forzada, estaba apoyada con naturalidad y con el brazo levemente levantado.
Uno de los hombres quiso apartarla, pero la abuela no lo dejó.