Cuando colocó el platillo sobre la mesa, Maxwell, rodeado de su madre y sus hermanos, lanzó una carcajada.
—¿Eso es lo mejor que sabes hacer, Thelma? —dijo con voz fuerte para que todos escucharan—. Con razón siempre digo que la traje solo para adornar.
Las risas de algunos familiares retumbaron como cuchillos en el pecho de Thelma. Su suegra la miraba con desprecio, sus cuñadas cuchicheaban entre sí. Ella bajó la cabeza, tragando las lágrimas.
El peso del secreto
Lo que nadie sabía era que Thelma ocultaba un secreto monumental. Aquella mansión, donde todos se sentían dueños, no le pertenecía a Maxwell ni a su familia. Era suya.
Antes de casarse, Thelma había heredado la propiedad de sus abuelos, un linaje de empresarios que habían construido una fortuna con esfuerzo. Ella nunca lo mencionó, ni siquiera cuando Maxwell la menospreciaba, porque prefería evitar confrontaciones.
Pero esa noche, algo en ella cambió.