Una madre se ganaba la vida recogiendo basura; su hija fue rechazada durante doce años de escolarización, pero en su ceremonia de graduación pronunció una sola frase que hizo que toda la sala se pusiera de pie en lágrimas.

Muchos profesores, alumnos y padres rompieron a llorar. Su madre permaneció en silencio en la última fila, con las manos temblorosas sobre la boca.

Las lágrimas corrían por su rostro; la más feliz de su vida.

Un profesor subió al escenario y le puso la mano en el hombro a Lily.

“Estamos orgullosos de ti, señorita Carter.”

Desde ese día, nadie volvió a llamarla “la chica de la basura”.

Sus compañeros vinieron a disculparse, a pedirle amistad, a querer conocerla mejor.

Pero Lily mantuvo la costumbre de sentarse bajo el árbol frente al patio de la escuela, leyendo mientras esperaba a que su madre terminara de trabajar para poder irse juntas a casa. Años después, Lily se convirtió en ingeniera ambiental y trabajó para una organización internacional dedicada a proteger el planeta.

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