Muchos profesores, alumnos y padres rompieron a llorar. Su madre permaneció en silencio en la última fila, con las manos temblorosas sobre la boca.
Las lágrimas corrían por su rostro; la más feliz de su vida.
Un profesor subió al escenario y le puso la mano en el hombro a Lily.
“Estamos orgullosos de ti, señorita Carter.”
Desde ese día, nadie volvió a llamarla “la chica de la basura”.
Sus compañeros vinieron a disculparse, a pedirle amistad, a querer conocerla mejor.
Pero Lily mantuvo la costumbre de sentarse bajo el árbol frente al patio de la escuela, leyendo mientras esperaba a que su madre terminara de trabajar para poder irse juntas a casa. Años después, Lily se convirtió en ingeniera ambiental y trabajó para una organización internacional dedicada a proteger el planeta.