A los 18 años, Lily fue nombrada la mejor estudiante del año. Toda la escuela se puso de pie y aplaudió cuando subió al escenario para recibir su diploma.
En la última fila, estaba sentada su madre: canosa, con la ropa manchada de polvo de papel y las manos callosas.
Sonreía, con la sonrisa más hermosa que Lily jamás le había visto.
Lily tomó el micrófono con voz temblorosa:
“Durante 12 años me llamaron la chica de la basura.
Crecí sin padre, y mi madre, sentada ahí mismo, recoge la basura.” »
La sala se congeló.
Lily respiró hondo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
“Hubo momentos en que me sentí avergonzada. Deseaba que mi madre tuviera otro trabajo, algo de lo que nadie se riera.
Pero cada vez que traía una buena nota a casa…” Sonrió. “Esa sonrisa… me mantenía viva.”
Se le quebró la voz.
“Mamá, lamento haberme avergonzado, aunque sea una vez. Gracias por recoger cada botella, cada lata, para darme esta vida.
Te prometo que nunca más tendrás que agacharte en un vertedero. Te quiero.”
Lily hizo una profunda reverencia.
En ese momento, toda la sala estalló en aplausos.