—Eso depende de ti —respondió—. Pero si decides quedarte esta noche, no será como limpiadora.
Ella lo entendió. No era una propuesta indecente. No era un juego.
Era una invitación a formar parte de algo que ninguno de los dos sabía nombrar aún.
Alma asintió, dejando la taza vacía sobre la mesa.
Luego, caminó hacia el borde de la cama.
Sin decir nada, se quitó los zapatos, se acomodó sobre la manta, y cerró los ojos.
Liam apagó la luz.
Esa noche, durmieron por primera vez… sin pesadillas.
Continuará…
Cuando Alma despertó, los primeros rayos de sol se colaban tímidamente por entre las cortinas de la suite presidencial. Durante un segundo, pensó que todo había sido un sueño. El aroma a lavanda, el peso suave de la manta de seda, la tibieza de la habitación…
Pero entonces lo vio. Liam estaba sentado al otro lado de la habitación, leyendo el periódico con una taza de café en la mano. La miró por encima del borde del diario y sonrió apenas.
—Buenos días, dormilona —murmuró.
Alma se incorporó de golpe, ruborizada.
—¡Lo siento! No… no pensé que me quedaría dormida otra vez. Solo me acosté para descansar los ojos un segundo…
—Relájate —la interrumpió él—. Nadie te va a despedir por eso. Al contrario.
Ella parpadeó, confundida.
—¿Cómo dice?