Alma acababa de empezar su turno en el lujoso hotel donde trabajaba como limpiadora. Era nueva, tranquila y hermosa, con una naturalidad que despertó la curiosidad de los demás trabajadores sobre su pasado. Esa noche, le encargaron limpiar la suite presidencial, una habitación que se decía pertenecía al misterioso multimillonario que rara vez aparecía, pero cuya presencia se cernía sobre todo el edificio.
Trabajó hasta altas horas de la noche asegurándose de que todo estuviera impecable. La habitación era más que una suite. Era prácticamente un palacio. Sofás mullidos, sábanas de seda, detalles dorados. La suave música de fondo y el sutil aroma a lavanda en el aire le impedían resistir la abrumadora somnolencia que se apoderaba de sus extremidades.
Ma se dijo a sí misma que descansaría solo cinco minutos. Solo cinco. En el borde de la cama king-size, pero cinco minutos se convirtieron en horas. Se sumió en un sueño profundo, acurrucada inocentemente en la esquina de la cama con su uniforme. La puerta se abrió con un clic justo después de la medianoche. Un hombre alto con traje negro entró, desabrochándose el cuello mientras tiraba las llaves sobre la mesa.
Al ver la figura dormida en su cama, se quedó paralizado, con la confusión y la curiosidad reflejadas en su atractivo rostro. El multimillonario Liam Hart había pasado la noche lidiando con las tensiones de la sala de juntas y las sonrisas falsas en un evento privado que no disfrutaba. Solo quería dormir en paz, pero encontrar a una mujer dormida en su habitación no entraba en el plan.
Al principio, pensó que podría ser una trampa, tal vez una fan o alguien del personal jugando. Pero al acercarse, vio el carrito de la limpieza aparcado cerca de la puerta y cómo sus zapatos seguían cuidadosamente alineados junto a él. Ella se despertó al oír sus pasos, abriendo los ojos lentamente.
El pánico reemplazó al sueño en su rostro mientras se levantaba de un salto de la cama. Lo… lo siento, señor. No era mi intención. Estaba muy cansado. No pensé que volvería tan pronto. Tartamudeó, con las mejillas enrojecidas de vergüenza. El corazón le latía con fuerza mientras recogía sus cosas, aterrorizada por perder el trabajo que necesitaba con tanta urgencia. Liam no gritó ni llamó a seguridad.
Se limitó a mirarla con una mirada indescifrable. «Tienes suerte de que no sea de los que gritan», dijo en voz baja y tranquila. «Pero no vuelvas a hacer esto». Alma asintió rápidamente y salió corriendo, con las manos temblorosas. Lo que no sabía era que Liam no estaba enfadado. Estaba intrigado. De vuelta en las habitaciones del personal, Elma apenas podía dormir.
Repasó la escena una y otra vez, deseando poder retractarse. Por suerte, no se había corrido la voz, pero el miedo a ser despedida aún la rondaba. A la mañana siguiente, anduvo con pies de plomo, esperando que la llamaran de Recursos Humanos o algo peor. Pero la llamada nunca llegó. En cambio, la citaron para limpiar la misma suite otra vez.
Parte 2: La segunda vez que se encontraron