Una anciana pensó que su hija adoptiva la llevaría a un asilo de ancianos… pero lo que ocurrió después fue sorprendente

Así que cuando Lisa sugirió salir a pasear ese día, Margaret comprendió lo que eso significaba. Los folletos de la residencia de ancianos “San and Pine” llevaban semanas en la mesa del café. Lisa había sido amable, pero persistente al decir que era momento de dar el siguiente paso.

Condujeron en silencio un rato, dejando atrás la parte conocida del vecindario. Margaret observó cómo el paisaje cambiaba de calles familiares a la carretera principal que salía del pueblo. Se le formó un nudo en la garganta al pasar por la biblioteca, donde había sido voluntaria durante 20 años, y luego por el parque donde solía empujar a Lisa en los columpios cuando era niña.

—“¿Recuerdas cómo me rogabas que te empujara más alto en esos columpios?” —dijo Margaret con voz temblorosa.

Lisa sonrió con los ojos entrecerrados.
—“Y tú siempre decías que no muy alto, pero luego me dabas un empujón fuerte que me hacía gritar.”

Ese recuerdo flotó entre ellas, dulce y lleno de nostalgia. Mientras seguían conduciendo, Margaret notó que habían pasado la curva que las llevaría a San and Pines. En su rostro se dibujó la confusión.
—“Te pasaste… la curva, querida,” dijo con suavidad.

—“Hoy no vamos a San Pines, mamá,” —respondió Lisa con una leve sonrisa en los labios.

El corazón de Margaret se aceleró por la incertidumbre.
—“Pero yo pensaba que…”
—“Un poco más adelante,” dijo Lisa, acariciando la mano de Margaret.
—“Ya casi llegamos.”

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