“Una anciana de 85 años que vivía sola en el barrio compraba más de 20 tarjetas SIM cada semana. Al notar algo extraño, el dueño de la tienda llamó a la policía… y la verdad dejó a todo el vecindario paralizado.”

—Doña, ¿estas tarjetas las compró usted? ¿Para qué las usa?

Doña Luz sonrió con ternura y señaló un retrato en blanco y negro que presidía el altar: un joven con uniforme militar, boina en la cabeza y sonrisa firme.

—Él es Tomás… mi muchacho. Cuando se fue a la guerra, me llamaba cada semana desde distintos números. Pero un día, ya no llamó. Yo sigo marcándole. Cada chip nuevo es una esperanza más. A lo mejor uno de esos números todavía suena allá donde está él…

La casa se llenó de silencio. Solo se oía el tic-tac del reloj de pared.
Ella tomó el teléfono y, con manos temblorosas, marcó una secuencia de dígitos.

—Mire, este era el último número desde donde me habló. Cada semana lo intento. Tal vez un día… conteste.

Una lágrima rodó lentamente por su mejilla.

En el cuaderno, junto a cada número, había anotado con esmero:
“Día que llamé a mi hijo – nadie respondió.”

Uno de los policías, conmovido, preguntó en voz baja:
—¿Y alguna vez… alguien le ha contestado?

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