
“Una anciana de 85 años que vivía sola en el barrio compraba más de 20 tarjetas SIM cada semana. Al notar algo extraño, el dueño de la tienda llamó a la policía… y la verdad dejó a todo el vecindario paralizado.”
Doña Luz sonrió.
—Sí. En mis sueños. Él dice que el cielo tiene mala señal, pero que me oye de vez en cuando.
Semanas después, una mañana de septiembre, don Ernesto abrió su tienda y vio sobre el mostrador la bolsita de manta de doña Luz. Dentro había una nota cuidadosamente doblada:
“Gracias, hijo. Ya no necesito más chips.
Por fin logré comunicarme con ellos.
Me voy a reunirme con Tomás y con su papá.
—Luz María.”
Esa misma tarde, los vecinos la encontraron recostada en su cama, con una sonrisa tranquila, el rosario entre los dedos y el viejo Nokia en el pecho.
En la pantalla, aún brillaba un mensaje imposible:
“Llamando… Tomás.”
El registro del teléfono mostró que aquella llamada se había conectado durante tres segundos.
Del otro lado, ningún número existía. Pero algo —nadie sabe qué— respondió.
Conmovidos, los vecinos de San Miguel del Río juntaron dinero para colocar una lápida sencilla frente a su casa. En ella grabaron:
Doña Luz María García –
la madre que siguió llamando hasta que alguien le contestó.
Y cada martes, cuando suena el timbre de la tiendita de don Ernesto, algunos aseguran escuchar, entre el zumbido de los cables del teléfono, una voz suave que dice:
“Tomás… ¿me oyes ahora, hijo?”