Un profesor sin esposa ni hijos acepta adoptar a tres huérfanos, y el final es simplemente inimaginable…

Les cocinaba, les remendaba la ropa y los ayudaba con las tareas hasta altas horas de la noche.

Su sueldo era modesto, la vida era dura, pero su casa siempre resonaba con risas.

Pasaron los años. Los niños crecieron. Lily se convirtió en pediatra, Grace en cirujana y Ben —el menor— en un reconocido abogado especializado en derechos de la infancia.

En su ceremonia de graduación, los tres subieron al escenario y pronunciaron las mismas palabras:

«No tuvimos padres, pero tuvimos un maestro que nunca se rindió».

Veinte años después de aquel día lluvioso, Thomas Avery estaba sentado en su porche, con el pelo canoso pero una sonrisa serena.

Los vecinos que antes se burlaban de él ahora lo saludaban con respeto.

Los parientes lejanos que les habían dado la espalda a los niños regresaron de repente, fingiendo interés.

Pero Thomas no guardaba rencor.

Simplemente miraba a los tres jóvenes que lo llamaban «Papá» y comprendía que el amor le había dado la familia que nunca pensó que tendría.

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