Un profesor sin esposa ni hijos acepta adoptar a tres huérfanos, y el final es simplemente inimaginable…

Cuando el señor Thomas Avery tenía treinta años, no tenía esposa ni hijos; solo una pequeña casa alquilada y un aula llena de sueños ajenos.

Una tarde lluviosa, oyó susurros en la sala de profesores sobre tres hermanos —Lily, Grace y Ben— cuyos padres acababan de morir en un accidente. Tenían diez, ocho y seis años.

«Probablemente acaben en un orfanato», dijo alguien. «Ningún padre quiere hacerse cargo de ellos. Es demasiado caro, demasiado problemático».

Thomas guardó silencio. No durmió esa noche.

A la mañana siguiente, vio a los tres niños sentados en las escaleras de la escuela, empapados, hambrientos y temblando. Nadie había ido a buscarlos.

Al final de la semana, hizo algo que nadie más se habría atrevido: firmó él mismo los papeles de adopción.

La gente se reía de él.

«¡Estás loco!», le decían.

«Estás soltero, ni siquiera puedes cuidarte a ti mismo».

«Mándalos a un orfanato, estarán bien».

Pero Thomas no hizo caso.

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