María sintió un nudo en el estómago.
—¿Sabías lo que contenía?
—Sabía que había cosas que nunca te dijeron… y que Julián tampoco quiso contarte para no preocuparte.
Sobre la mesa, Gabriel colocó un USB y un cuaderno viejo de tapas negras.
—Esto lo dejó Julián aquí una semana antes del viaje con Laura. Me pidió que lo guardara por si “algo salía mal”. Yo pensé que exageraba. No quise entregarlo antes para no hacerte más daño, pero ahora… creo que tienes derecho a conocerlo todo.
El USB contenía documentos, fotografías submarinas y reportes detallados de vertidos tóxicos ilegales en zonas protegidas. La empresa que aparecía vinculada en casi todos los archivos era Navíos Aranda S.A.. Julián había descubierto pruebas irrefutables de que la compañía estaba dañando ecosistemas marinos enteros y alterando rutas de especies en peligro. También había correos electrónicos con amenazas veladas: frases como “Deja de investigar lo que no te corresponde” o “A veces las corrientes cambian para mal”.
Pero lo más revelador estaba en el cuaderno. Entre cálculos y anotaciones del mar, Julián escribió: