El capitán colocó una última hoja. Era un listado de llamadas desde el móvil de Julián: la última señal registrada no provenía del velero, sino de un punto 5 millas al norte del lugar donde lo encontraron.
—Lo que sea que pasó —dijo del Valle—, no ocurrió dentro del barco. Hubo una transferencia. Una intervención.
María sintió que algo oscuro se abría frente a ella. La historia no había terminado. Y por primera vez en doce años, tenía un hilo del que tirar.
Los días siguientes fueron un torbellino de descubrimientos. Con la carpeta en la mano y una determinación que no sentía desde hacía años, María comenzó a reconstruir los últimos meses de Julián. La primera persona que visitó fue Gabriel Fajardo, colega y amigo cercano de su marido, biólogo marino y uno de los pocos que seguía trabajando en la zona.
Cuando abrió la puerta de su despacho y la vio, Gabriel pareció anticipar el motivo de su visita.
—No pensé que algún día vendrías —dijo mientras la invitaba a pasar—. Sabía que tarde o temprano esa carpeta aparecería.