Doce años después de la desaparición, María había aprendido a vivir con un equilibrio frágil entre la resignación y el recuerdo. Pero todo cambió una tarde de septiembre de 2024, cuando recibió una llamada de un número desconocido. La voz al otro lado pertenecía a un oficial retirado de la Guardia Costera: Capitán Ricardo del Valle. Había trabajado en el caso de Julián y Laura, y aseguraba tener información que “no había podido sacar de su conciencia”.
María dudó al principio, temiendo falsas esperanzas. Pero aceptó reunirse con él en un café frente al puerto. El capitán, con el uniforme civil y gesto cansado, colocó una carpeta sobre la mesa.
—Señora Gómez —dijo, evitando mirarla directamente—. Creo que su esposo no desapareció por accidente. Y creo que alguien se encargó de que la verdad nunca saliera a la luz.
Dentro de la carpeta había fotografías satelitales tomadas el día de la desaparición. María ya las había visto en su momento, pero aquellas eran diferentes: estaban sin censura. En una secuencia de imágenes captadas por un satélite comercial, se observaba El Albatros navegando tranquilamente… hasta que, de pronto, una lancha rápida sin identificación se acercaba al velero.
En las fotos siguientes se veía actividad en la cubierta: figuras moviéndose, sombras confundidas, un forcejeo difícil de interpretar. La lancha se alejaba algunos minutos después, dejando al velero quieto, casi inmóvil. Era la última imagen antes de que siguiera a la deriva.
María sintió un temblor recorrerle todo el cuerpo.