Al día siguiente hallaron algo que heló la sangre de todos: El Albatros apareció a 17 millas de la costa, navegando a la deriva. La vela estaba rota, la radio no funcionaba y la cubierta mostraba signos de golpes recientes, como si hubiera chocado contra algo grande. Pero lo más inquietante era que no había rastro ni de Julián ni de Laura. Tampoco de sus pertenencias personales.
La investigación inicial sugirió un accidente inesperado, quizás una caída al agua. Pero varias cosas no cuadraban:
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En la cocina faltaban los alimentos que habían llevado.
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Las cuerdas de seguridad estaban intactas, sin uso reciente.
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Y en el camarote, alguien había arrancado una hoja del cuaderno de navegación.
El caso fue cerrado oficialmente un año después, sin respuestas, dejando a María atrapada entre el duelo y la incertidumbre. Durante doce años, visitó la costa cada aniversario, aferrándose a la esperanza de que algún día algo —lo que fuera— saliera a la luz.
Ese día llegó. Y lo que descubrió fue más devastador que cualquier tormenta.