El día que desaparecieron
El sábado 14 de mayo de 2012 amaneció con un cielo despejado sobre la costa de San Pedro del Mar. María Gómez aún recuerda con nitidez cómo su esposo, Julián, estaba especialmente animado aquella mañana. Había pasado semanas hablando de compartir con su hija Laura, de 12 años, un pequeño viaje en velero antes de que la niña terminara el curso escolar. “Será solo una noche fuera”, le dijo mientras ajustaba las cuerdas del pequeño velero familiar, El Albatros. “Volveremos mañana al mediodía.”
María los vio alejarse con una mezcla de orgullo y ansiedad, algo que nunca pudo explicarse del todo. Julián era un navegante experimentado, había salido al mar desde que tenía ocho años, y conocía aquella bahía tan bien como su propia casa. Aun así, cuando la vela blanca desapareció en el horizonte, sintió un vacío inexplicable.
Esa noche, la rutina le pareció más silenciosa de lo normal. Preparó la cena sola, revisó dos veces las ventanas como si esperara descubrir algo fuera de lugar y dejó su teléfono con el volumen al máximo, aunque Julián casi nunca llamaba desde el mar. A la mañana siguiente, cuando dieron las doce y El Albatros no aparecía, empezó a inquietarse. A las dos de la tarde llamó a la Guardia Costera.
La respuesta fue más rápida de lo que esperaba. A las cinco de la tarde se lanzó el primer operativo. Un helicóptero recorrió la zona mientras varias embarcaciones salían en distintas direcciones. El mar estaba tranquilo, sin oleaje que pudiera justificar un retraso. A las diez de la noche se activó la alerta oficial: desaparición de embarcación y dos pasajeros.