El multimillonario disfrazado: cómo la prueba del portero desenmascaró a una novia cazafortunas
El sol del mediodía brillaba con fuerza sobre las imponentes rejas de hierro forjado de la finca de los Cole, cada barra negra relucía como recién pulida. Más allá, la mansión se extendía en perfecta simetría: un prodigio neoclásico de columnas de mármol, ventanales de cristal y fuentes que caían en cascada. La calzada, pavimentada con piedra blanca resplandeciente, estaba flanqueada por rosales cargados de flores perfumadas.

Era el tipo de lugar que hacía que los extraños redujeran la velocidad de sus autos solo para admirarlo, el tipo de lugar donde el poder y la riqueza no se susurraban, sino que se proclamaban en cada detalle de su arquitectura.
Y sin embargo, para la joven de vestido escarlata, todo aquel esplendor apenas tenía importancia. Después de todo, lo había visto antes y lo consideraba su futura herencia.
—Apártate, viejo —soltó Vanessa con brusquedad, su voz cortando el aire húmedo. Su mano perfectamente cuidada, con uñas carmesí, se zafó del agarre del anciano portero, que no había hecho más que pedirle que firmara el registro de visitas. Su labial, a juego con el vestido, era igual de filoso y dominante.
El portero, con el uniforme impecable a pesar del calor, permaneció sereno. Era alto, aunque algo encorvado, con cabellos plateados que se asomaban bajo su gorra y arrugas profundas marcando su rostro curtido.
—Señorita, nadie entra sin autorización del señor Cole —respondió con tono respetuoso pero firme.
Vanessa sonrió con burla.
—¿Autorización? Me voy a casar con su hijo. Debería sentirse afortunado de que siquiera le hable.
Con un gesto teatral, sacó de su bolso de diseñador una botella fría de refresco. La destapó con un giro exagerado, el gas chisporroteó en el aire quieto.
—Quizás esto le ayude a recordar su lugar.
Antes de que el portero pudiera reaccionar, inclinó la botella y lo bañó con el líquido marrón y burbujeante. El refresco le escurrió por las sienes, goteó de su barbilla y empapó la tela almidonada de su camisa.
Los pájaros de los rosales salieron volando ante la carcajada de Vanessa.
Pero no muy lejos —cerca de la fuente de mármol— alguien había visto todo.