El cachorro dentro de su chaleco se movió apenas, emitiendo un pequeño sonido. Daniel volvió a la realidad de golpe. No había tiempo para pensar demasiado. Tenían que sobrevivir a esa noche primero.
Desató la cuerda con dedos torpes y entumecidos. En lugar de huir, la madre dio unos pasos hacia el bosque, ladró y luego volvió hacia él, como si estuviera diciendo: “Sígueme, por favor, ahora”.
—Rescate viene en camino —dijo Daniel, más para sí mismo que para ella—, pero algo me estás pidiendo que vea, ¿verdad?
Rex ya se había adelantado hacia la línea de árboles. Daniel, con el cachorro sobre el pecho y la linterna en mano, empezó a caminar tras ellos. La nieve le llegaba casi a las rodillas; cada paso era una batalla. El frío le mordía la cara, las cejas, las pestañas. La madre corría unos metros, se detenía, miraba hacia atrás para asegurarse de que él la seguía, y luego seguía avanzando.
Se salieron de la carretera y se internaron en la zona donde el viento azotaba con más fuerza. Las sombras de los árboles parecían fantasmas cubiertos de blanco. De pronto, Daniel tropezó con algo duro, casi cayó de bruces. Bajó la luz.
Era un trineo viejo, de madera, volcado, medio enterrado en la nieve junto a una zanja helada. Parte de la cuerda estaba rota, colgando, como si alguien lo hubiera intentado arrastrar hasta el límite de sus fuerzas. La madre empezó a arañar junto al trineo, ladrando con desesperación.
Cuando Daniel levantó un lado, su corazón se encogió.
Debajo del trineo, acurrucado en un hueco mínimo en la nieve, había otro cachorro, temblando apenas, con el hocico pegado al frío, como si buscara el último resto de calor que quedaba allí. Sus pequeños ojos estaban entrecerrados.
—Hey, peque… —susurró Daniel, con la voz quebrada—. Llegué tarde, pero llegué.
Lo tomó con cuidado y lo envolvió con su bufanda, presionándolo contra su cuello. Sintió un suspiro débil, una vida aferrándose a la siguiente respiración. La madre lo lamió desesperadamente, sin dejar de gemir.
A lo lejos, por fin, se escuchó el sonido que Daniel había estado esperando: sirenas. Un ulular que cortaba la noche como un rayo. Luces rojas y azules comenzaron a dibujar sombras danzantes sobre la nieve mientras los vehículos se aproximaban.