Un oficial de policía encontró una perra con sus cachorros atados en la nieve — ¡Pero lo que vio después lo hizo llorar!

La tormenta había empezado antes del atardecer, pero ahora, entrada la noche, parecía querer tragarse el mundo. La nieve caía en remolinos espesos, golpeando el parabrisas del patrullero como si alguien la estuviera arrojando con rabia desde el cielo. El oficial Daniel Hail entrecerró los ojos, siguiendo con la mirada la línea borrosa de la vieja carretera cerca de Miller’s Ridge. Los limpiaparabrisas marcaban un ritmo cansado, y el rugido del viento se colaba por cada rendija del coche.

En la radio todavía resonaba el último aviso de la central: llamadas confundidas, alguien diciendo que había “llantos extraños” cerca de la carretera, como gemidos, como quejidos que no parecían humanos. “Probablemente un animal atrapado”, se había dicho Daniel, acostumbrado a patrullar en noches peores. Pero algo en la voz de la operadora, un temblor apenas perceptible, le había dejado inquieto, como si esta vez fuera distinto.

Redujo la velocidad aún más. Las luces del patrullero iluminaban solo unos pocos metros de ese océano blanco y hostil. La nieve crujió bajo las ruedas. Daniel apretó la mandíbula, cansado, frío, con los dedos agarrotados en el volante. Esa noche preferiría estar en casa, con una taza de café caliente y Rex, su fiel perro policía, durmiendo a sus pies. En vez de eso, estaba allí afuera, en medio de la nada, buscándole sentido a unos gritos en la tormenta.

Entonces lo vio.

Al principio fue solo una sombra borrosa, una mancha oscura que parecía moverse contra toda esa blancura. Apenas un contorno tembloroso al borde de la carretera. Daniel frunció el ceño, levantó un poco la vista y dejó de respirar por un segundo. Algo estaba allí. Algo que luchaba por mantenerse en pie.

Frenó bruscamente. El patrullero derrapó un poco antes de detenerse. El silencio dentro del coche fue tan intenso como el rugido de la tormenta afuera. Daniel tomó su linterna, se ajustó la chaqueta y abrió la puerta. Un látigo de aire helado le golpeó la cara. La nieve le pegó como agujas en la piel. Bajó del coche, sintiendo cómo sus botas se hundían en la nieve fresca.

Apuntó la linterna hacia la sombra.

Y su corazón casi se detuvo.

Leave a Comment