Alejandro notó su tristeza. Entró a su habitación y le preguntó:
“¿Estás bien, hijo?”
Miguel lo miró con los ojos rojos.
“Dicen que no pertenezco ahí. Que soy solo un mendigo.”
Alejandro lo abrazó fuerte.
“No eres un mendigo, Miguel. Eres el niño más valiente que he conocido.”
Ana Lucía entró con el viejo hilo rojo en la mano.
“Cuando te perdí, no fui fuerte. Pero el destino te cuidó hasta que pudimos encontrarte otra vez.”
El colegio organizó una asamblea especial. Estaban presentes padres, alumnos y maestros.
De repente, Alejandro subió al escenario como orador invitado.
“Hace tres meses, en una boda, un niño con la ropa rota hizo algo que muchos adultos no se atreverían a hacer:
se acercó a un mundo de riqueza y poder… y dijo la verdad.”
“Ese niño es mi hijo.
Y si alguno de ustedes cree que el valor de una persona depende de su origen…
quizás debería repensar lo que realmente significa tener valor.”
Silencio absoluto.
Rodrigo bajó la cabeza, avergonzado. Más tarde, se acercó a Miguel y murmuró: