—Quiero que mamá deje de llorar cuando cree que estoy dormida.
Alexander se quedó paralizado. Ni una petición de juguetes, ni una súplica de dulces; solo una plegaria por la paz de su madre. Le llegó al alma, a un lugar que creía muerto.
A la mañana siguiente, llamó a sus abogados y saldó todas las deudas de María. La trasladó a una habitación mejor, le consiguió atención médica y le duplicó el sueldo.
Pero, sobre todo, le dio tiempo —tiempo pagado— simplemente para descansar.
Esa noche, Lily espió la habitación de su madre. María dormía plácidamente, sin lágrimas.
—Primer deseo concedido —dijo Alexander con calma desde el pasillo.
## El segundo deseo
Los días se convirtieron en semanas. Alexander buscaba la compañía de Lily. Su inocencia, su alegría… eran contagiosas.
Un domingo, pintaban juntos en el jardín. Alexander, aún rígido e incómodo, preguntó:
—¿Y cuál es tu segundo deseo?
Lily sonrió.
—Quiero que vuelvas a sonreír.
Parpadeó, asombrado.