Un multimillonario concede tres deseos a la hija de su ama de llaves, y su primer deseo lo deja sin palabras.

—¿Yo?

Ella asintió.

—Pareces triste, incluso cuando das las gracias.

Nadie le había dicho eso jamás. Ni siquiera su exmujer.

En los días siguientes, Lily se tomó su misión muy en serio. Lo arrastró a dar de comer a los patos en el estanque. Le hizo probar tortitas con sirope, algo que él siempre había considerado «pegajoso e insulso». Incluso le enseñó a hacer burbujas en el jardín.

Por primera vez en diez años, Alexander rió tan fuerte que sorprendió al personal. No fue una risa educada ni elegante. Fue una risa genuina.

Desde el balcón, María observaba con los ojos llenos de lágrimas. Su hija no solo se estaba curando a sí misma; lo estaba curando a él.

## El Último Deseo

El invierno se instaló suavemente. La nieve cubría el jardín donde solían reunirse los pájaros. Dentro, la chimenea crepitaba mientras Alexander leía, con Lily coloreando a su lado.

Él levantó la vista y preguntó en voz baja:

—¿Y bien, cuál es tu último deseo, señorita?

Lily dejó su crayón y se volvió hacia él con expresión seria.

—Quiero que te perdones a ti mismo.

Él parpadeó.

—¿Perdonarme? ¿Por qué?

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