Sus brazos, aunque firmes, revelaban el esfuerzo que hacía por mantenerse en pie. Tuvo fiebre anoche, confesó al fin. No era alta, pero lloraba sin parar. El termómetro no aparecía y nadie más estaba en casa. Recordé que un baño tibio lo había calmado antes y quise intentarlo. Iba a informarle. Lo juro. Leonarda abrió la boca para responder, pero no salieron palabras. Fiebre. Su hijo había estado enfermo y nadie se lo había dicho. Miró a Siion acurrucado contra el pecho de Clara, murmurando con voz baja y adormilada.
No había señales de dolor, no había incomodidad, solo confianza. Y sin embargo, la rabia hervía bajo su piel. Pago por el mejor cuidado espetó en voz baja. Tengo enfermeras disponibles a cualquier hora. Tú eres la criada. Limpias pisos, lustras muebles. No vuelvas a tocar a mi hijo. Clara parpadeó herida, pero no discutió. No se defendió. No quise hacerle daño, lo juro por Dios. Dijo con la voz quebrada. Vi cómo sudaba. Estaba tan inquieto, no podía ignorarlo. Leonard respiró hondo, obligando a su pulso a calmarse.
No quería gritar, no quería perder el control, pero tampoco podía permitir que una desconocida cruzara un límite tan claro. Llévalo a su cuna, luego empaca tus cosas. Clara lo miró fijamente, como si no hubiera comprendido. Me está despidiendo. Leonard no repitió la orden, solo la miró con los labios apretados y la mirada firme. El silencio fue como una bofetada. Clara bajó la cabeza y sin decir una sola palabra más, caminó hacia la escalera. Con aún envuelto, como si fuera la última vez que lo sostendría.
Leonard se quedó solo de pie junto al fregadero. El agua seguía cayendo, un murmullo que le pareció insoportable apoyó las manos sobre la encimera, su cuerpo tenso, su corazón golpeando como un tambor, algo dentro de él se movía, algo que no podía entender aún. No del todo, más tarde, ya en su estudio, Leonard seguía sentado, inmóvil, las manos aferradas al borde del escritorio de madera oscura. La casa, por primera vez en mucho tiempo, estaba en completo silencio y ese silencio le calaba los huesos.
No, sentía alivio, no sentía victoria, había dado una orden, había actuado con autoridad. Pero entonces, ¿por qué ese vacío? Abrió la aplicación del monitor de bebé en su teléfono. Sion dormía en su cuna con las mejillas sonrojadas, pero tranquilo. La imagen era borrosa por la atenue luz nocturna, pero se veía bien. Sin embargo, Leonard no podía dejar de escuchar las palabras de Clara resonando en su mente. Tenía fiebre. No había nadie más. No podía ignorarlo. Un escalofrío le recorrió la espalda.
No había sabido que su hijo estaba enfermo. Él, su padre, no lo había notado y alguien más, alguien a quien apenas conocía, si lo hizo, en el piso superior. Clara estaba en la habitación de huéspedes, de pie frente a la cama, con una maleta a medio cerrar y los ojos hinchados por el llanto, su uniforme lavanda, que esa mañana había planchado con esmero, ahora estaba arrugado, húmedo por las lágrimas que no dejaban de caer. Sus manos temblaban mientras doblaba la última prenda.