Él quería hacerle mil preguntas. ¿Qué pasó? ¿De quién eran esos niños? ¿Por qué no lo contactó? Pero el niño más pequeño comenzó a toser, y Clara lo atrajo hacia ella, susurrándole suavemente.
Ethan no pensó. Simplemente actuó. Se quitó el abrigo y envolvió con él al niño que temblaba. Luego, sin decir otra palabra, dijo: “Ven conmigo”.
Los labios de Clara temblaron. “Ethan, no puedo…” “Sí, puedes”, dijo él. “No te quedarás aquí ni un minuto más”.
Y así como así, la vida que él había construido comenzó a desmoronarse, comenzando justo allí, en esa helada calle de Chicago.
Ethan llevó a Clara y a los niños a una cafetería cercana. El calor y el olor a café llenaban el aire mientras se acomodaban en un reservado. Los niños —Emma, Liam y Noah— devoraron tortitas como si no hubieran comido bien en días.
Clara parecía agotada. Sus manos temblaban mientras bebía agua. Ethan no podía apartar los ojos de ella.
“¿Qué te pasó?”, preguntó finalmente él, en voz baja.
Clara suspiró. “Después de que te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Intenté contactarte, pero tu número había cambiado. No sabía dónde encontrarte. Estaba asustada y sola”.
A Ethan se le encogió el estómago. Miró a los niños de nuevo: sus hijos.
“Tuve dos trabajos para cuidarlos”, continuó Clara, “pero cuando llegó la pandemia, lo perdí todo. El propietario nos echó. He estado intentando salir adelante desde entonces”.
Las lágrimas asomaron a sus ojos. Ethan no podía hablar. Él había estado celebrando sus millones, comprando casas y autos, mientras la mujer que una vez amó había estado luchando por mantener vivos a sus hijos.
“Clara… no lo sabía”, dijo él, con la voz entrecortada. “Te habría ayudado…”.