Un millonario ve el comienzo de su amor de la infancia con dos gemelas de tres años, ¡y la reconoce! Pero lo que hace después es increíble…

Logan Bennett, un millonario despiadado, cruzaba una esquina concurrida cuando algo le llamó la atención. Una mujer, vestida con ropa sucia y desgastada, y con el cabello despeinado, estaba sentada en la acera. Su rostro estaba cansado y marcado por el sufrimiento. A su lado, dos niñas pequeñas, gemelas de unos cuatro años, vestían ropas andrajosas. Una de ellas lloraba en silencio, frotándose los ojos con sus pequeñas y sucias manos. «Cariño, todo está bien. Pronto nos ayudarán», murmuró la mujer, acariciando el cabello de la niña con una voz temblorosa y llena de amor desesperado. Logan sintió una punzada en el pecho.
Un millonario ve el comienzo de su amor de la infancia con dos gemelas de tres años, ¡y la reconoce! Pero lo que hace después es increíble...
Conocía ese rostro, incluso a través de la suciedad y el dolor. No podía ser, pero lo era. Olivia Carter, el amor de su juventud, la chica que admiraba desde lejos.

Nunca lo había notado en la escuela, salvo para burlarse de sus torpes intentos de llamar su atención. Ahora estaba allí, vulnerable e indefensa. Logan se acercó lentamente, con el corazón acelerado.

—Olivia —llamó vacilante. La mujer levantó lentamente la cabeza y abrió mucho los ojos al reconocer la voz. ¿Logan? Por un instante, ninguno de los dos habló.

El silencio entre ellos estaba cargado de recuerdos dolorosos. Entonces Olivia bajó la mirada, como si quisiera desaparecer. ¿Qué te pasó?, preguntó, sin poder ocultar su preocupación.

Olivia apartó la mirada, abrazando a las chicas con más fuerza. No importa. Estamos bien.

Vete, Logan. Pero Logan no pudo ignorar lo que vio. Una de las niñas sollozaba de hambre, mientras que la otra se aferraba al brazo de su madre, mirándolo con ojos muy abiertos y asustados.

El dolor y la desesperación de la escena lo golpearon como un puñetazo. No estás bien. Ven conmigo.

—Te ayudaré. —No, no puedo —empezó a protestar Olivia—. No voy a dejarte a ti y a tus hijas aquí, en el frío.

Vienes conmigo y no aceptaré un no por respuesta. Las chicas lo miraron con curiosidad, pero cautelosas. La que había estado llorando apretó los labios, conteniendo las lágrimas.

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