¿De verdad podría permitir que William volviera a sus vidas? ¿Cambiaría de verdad o volvería a hacerles daño?
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Emily habló.
“Si de verdad quieres formar parte de sus vidas”, dijo lentamente, “tienes que demostrarlo. No con palabras, sino con hechos. No dejaré que les hagas el mismo daño que a mí. Si vuelves a desaparecer, sabrán quién eres en realidad”.
William asintió, invadido por el alivio.
“Lo demostraré, Emily. Lo juro, lo demostraré. Quiero ser su padre. Quiero ayudarte a criarlos”.
Emily miró a sus hijos, que seguían observando a William con los ojos muy abiertos. Suspiró, sabiendo que esta decisión ya no era solo suya. Era de ellos.
Si William podía darles una vida mejor, si podía ser el padre que necesitaban, entonces quizás, solo quizás, valiera la pena el riesgo.
“Te daré una oportunidad”, dijo con voz firme. “Pero solo una. Si les fallas, William, si nos fallas a nosotros, no nos volverás a ver. ¿Entiendes?”
William asintió, con el corazón henchido de esperanza.
“Lo entiendo. No te fallaré, Emily. Te lo prometo”.
Durante los siguientes meses, William cumplió su palabra. Visitaba a Emily y a los niños con regularidad, ganándose poco a poco su confianza. Los ayudaba económicamente, proporcionándoles comida, ropa y mejores condiciones de vida. Por primera vez en años, Emily no tenía que preocuparse por cómo alimentaría a sus hijos.
Los niños también empezaron a simpatizar con William, aunque al principio no fue fácil. Eran cautelosos, inseguros de cómo sentirse respecto a este hombre que había aparecido repentinamente en sus vidas. Pero William fue paciente, se tomó el tiempo para conocerlos, jugar con ellos y demostrarles que se tomaba en serio su rol como padre.
Con el paso de los meses, Emily notó un cambio en William. Ya no era el mismo hombre frío y arrogante para el que había trabajado. Ahora era más tierno, más humilde, más atento. Demostraba un amor y una preocupación genuinos por sus hijos, y aunque tardó tiempo, Emily empezó a creer que tal vez sí había cambiado.
Sin embargo, las cosas distaban de ser perfectas. Sophia, ajena a la creciente relación de William con Emily y los niños, continuó con su propia vida de indulgencia, ajena a los cambios en su marido.
William sabía que no podía guardar este secreto para siempre y que, con el tiempo, la verdad saldría a la luz. Pero por ahora, se centraba en fortalecer su relación con sus hijos y en recuperar la confianza de Emily.
Una noche, después de un largo día con los niños, William tomó a Emily aparte. Estaban fuera de su pequeña casa, con el sol poniéndose tras ellos, proyectando largas sombras en el suelo.
“Emily”, comenzó William en voz baja y seria, “quiero hacer más por ti y por los niños. Quiero… quiero darte una vida mejor”.
Emily se cruzó de brazos, aún cautelosa a pesar del progreso que habían logrado.
“Estamos bien, William. Los niños son felices y nos las arreglamos”.
“Lo sé”, dijo William. “Pero te mereces más. Ellos merecen más. He estado pensando mucho en esto y… quiero que vuelvas a la mansión con los niños. Mereces un hogar mejor, una vida mejor, y quiero proporcionártela”.
El corazón de Emily dio un vuelco. La idea de regresar a esa mansión, el lugar donde tanto había sufrido, la llenaba de miedo e incertidumbre. Pero al mismo tiempo, sabía que William les ofrecía a ella y a sus hijos la oportunidad de una vida que ella nunca podría darles sola.