“William… no lo sé”, dijo Emily con voz temblorosa. “No estoy segura de poder volver allí”. William se acercó un paso más, con la mirada llena de sinceridad.
“Sé que es difícil. Pero las cosas son diferentes ahora. Yo soy diferente. Quiero arreglar las cosas, Emily. Por favor… déjame darte a ti y a los chicos la vida que merecen.”
Emily lo miró a los ojos, buscando cualquier señal de engaño. Pero todo lo que vio fue a un hombre que había cambiado, que finalmente había comprendido lo que realmente importaba.
“De acuerdo”, susurró. “Lo intentaremos.”
El corazón de Emily latía con fuerza mientras se encontraba de nuevo frente a la mansión de William. Habían pasado años desde la última vez que había puesto un pie en ese lugar, y los recuerdos de su tiempo allí la inundaron, cada uno más doloroso que el anterior.
Un jefe millonario dejó embarazada a su empleada doméstica y la echó a la calle. ¿Qué pasó después de que diera a luz a trillizos?
Capítulo final.
Pero ahora no estaba sola.
Sus hijos —Emeka, Ifenna y Nnamdi— estaban a su lado, apretándole la mano con fuerza. Observaban la enorme casa con los ojos muy abiertos, sus jóvenes rostros llenos de asombro y curiosidad.
William abrió la gran puerta con una expresión que mezclaba alivio y nerviosismo.
“Bienvenidos”, dijo en voz baja, haciéndose a un lado para dejarlos entrar. “Ahora esta es su casa”.
Emily dudó un momento antes de cruzar el umbral. La casa era tal como la recordaba: lujosa, fría y demasiado grande para una sola familia. Pero esta vez, algo era diferente.
Había calidez en los ojos de William mientras la observaba a ella y a los niños, una calidez que ella nunca antes había visto.
Mientras se instalaban, William hizo todo lo posible para que se sintieran cómodos. Había dispuesto nuevas habitaciones para los niños, llenas de juguetes y libros, cosas que nunca antes habían tenido. Pasaba tiempo con ellos todos los días, jugando, ayudándolos con sus tareas escolares y contándoles cuentos.
Lentamente pero con seguridad, los niños comenzaron a aceptarlo como su padre.
Para Emily, fue más difícil. No podía olvidar el pasado: cómo William la había tratado, cómo la había abandonado cuando más lo necesitaba. Pero veía el esfuerzo que él estaba haciendo ahora, no solo por sus hijos, sino también por ella. Se disculpó una y otra vez, y aunque las palabras no pudieron borrar el dolor, ayudaron a sanar las heridas poco a poco.
Sin embargo, William había tomado una decisión. Había terminado de vivir una mentira. Se había dado cuenta de que su matrimonio con Sophia no era más que un cascarón vacío, construido sobre el orgullo y la riqueza. No era real, y nunca lo había sido.
Una noche, después de que los chicos se acostaran, William se acercó a Emily con el rostro serio.
“Hay algo que tengo que hacer”, dijo, sentándose a su lado en la sala. “Llevo mucho tiempo pensándolo y no puedo seguir viviendo así. Necesito terminar con Sophia”.
Emily lo miró con el corazón acelerado.
“¿Qué quieres decir?”