La vida en la gran mansión seguía siendo tan fría y sin amor como siempre. William y Sophia continuaban con su farsa de matrimonio, pero no había afecto ni calidez entre ellos. Eran dos desconocidos viviendo bajo el mismo techo, cada uno consumido por sus propios deseos egoístas.
Sophia seguía cuidando su apariencia, asistiendo a fiestas glamurosas y rodeándose de amigos de la alta sociedad, mientras William se sumergía más en su trabajo y sus diversas aventuras amorosas. Sin embargo, con cada año que pasaba, una sensación de vacío comenzaba a apoderarse del corazón de William.
A pesar de su riqueza, poder y la libertad de vivir a su antojo, algo le faltaba. La risa de los niños, la alegría de la familia: estas cosas nunca le habían importado, pero al crecer, empezó a sentir el peso de sus decisiones. Sus hermanos y primos, todos con hijos propios, solían hablar con orgullo de sus familias, y la presión de sus padres para que le diera un heredero nunca cesó.
William esperaba que con el tiempo Sophia cambiara de opinión sobre tener hijos, pero ella se mantuvo firme en su negativa. Ahora, tras casi 20 años de matrimonio, la belleza de Sophia comenzaba a desvanecerse, pero su obsesión por mantenerse joven seguía siendo fuerte. Pasaba horas frente al espejo, aplicándose cremas y pociones, sometiéndose a tratamientos, todo para preservar la imagen de la mujer deslumbrante que una vez fue.
La ironía era que había mantenido su figura, pero su corazón se había vuelto vacío, frío como las paredes de piedra de su mansión.
Una noche, mientras William estaba sentado solo en su estudio, contemplando las luces de la ciudad por la ventana, una profunda tristeza lo invadió. La mansión, antaño símbolo de riqueza y éxito, se sentía como una prisión. Sus pensamientos regresaron a los acontecimientos de hacía cinco años… a Emily.
Hacía mucho tiempo que no pensaba en ella, pero ahora, por alguna razón, entraba en su mente con una claridad inquietante. Recordó el día que ella le dijo que estaba embarazada, cómo la despidió, la amenazó y dejó que Sophia la echara sin pensárselo dos veces.
“¿Qué había sido de ella? ¿Seguía viva? ¿Qué pasó con el niño, su hijo?”
Por primera vez en años, William sintió una punzada de culpa. Había pasado tanto tiempo ignorando las consecuencias de sus actos, pero ahora, en su soledad, lo atormentaban.
Un jefe millonario dejó embarazada a su empleada doméstica y la echó a la calle. ¿Qué pasó después de que diera a luz a trillizos?
Capítulo 5
“No sé si puedo perdonarte, William”, dijo Emily con voz temblorosa. “Me dejaste cuando más te necesitaba. Me dejaste luchar sola con tres bebés. Perdí a mi madre por eso. He tenido que luchar por todo: cada comida, cada prenda que llevaban”.
William bajó la cabeza, sintiendo la culpa como un peso.
“Lo sé”, susurró. “Sé que lo que hice fue imperdonable. Pero por favor… dame la oportunidad de estar ahí para ellos ahora. Quiero ayudar. Quiero arreglarlo”.
Durante un largo rato, Emily no habló. Las concurridas calles de Lagos parecieron desvanecerse mientras ella permanecía allí, dividida entre la ira y la posibilidad de un nuevo comienzo.