Daniel sonrió débilmente. «Es real. Y te lo mereces todo».
Lucas lo miró hacia arriba. «¿Estás seguro de que me quieres aquí?»
Daniel se tragó el bulto en la garganta. «Lucas… eres mi hijo. No tuve la oportunidad de criarte desde el principio, pero si me dejas, estaré aquí todos los días».
Lucas asintió lentamente. «Está bien».

Luego agregó: «¿Crees que… mamá puede vernos?»
Daniel miró hacia el cielo. La nieve estaba empezando a caer de nuevo. Él asintió. «Creo que ella te ha estado cuidando todo este tiempo. Y ella está orgullosa. De ti. De lo valiente que has sido».
Lucas apoyó su cabeza contra el hombro de Daniel. «La echo de menos».
«Yo también», susurró Daniel.
Una semana después, Daniel llevó a Lucas de vuelta al cementerio. Esta vez, no en un silencio helado, sino con flores, una bufanda para la tumba y palabras para compartir.
Mientras estaban juntos junto a la lápida, Lucas sacó la misma foto. Pero esta vez, no estaba llorando. Parecía tranquilo.
Se agazó y colocó suavemente la foto en la base de la tumba. «Hola, mamá», dijo. «Ahora estoy bien».
Daniel se paró a su lado, poniendo una mano en su hombro.
Lucas lo miró. «¿Puedo ir a visitarla todas las semanas?»
«Cada semana», prometió Daniel. «Y todos los años en su cumpleaños, también. Y plantaremos flores, su tipo favorito».