La madre parpadeó, desconcertada. «Son nuestros. Son tus hijos».
Pero él negó con la cabeza violentamente. «¡No! ¡Me traicionaste!».
Dicho esto, le dio la espalda y se marchó, abandonándola con cinco recién nacidos, sin padre, sin protector y sin herencia.
Esa noche, acunando a sus bebés en brazos, les susurró suavemente:
“No importa quién nos abandone. Son mis hijos. Siempre los protegeré”.
Las pruebas de una madre soltera
Criar a un hijo es difícil. Criar a cinco, sin ayuda, es prácticamente imposible. Pero esta mujer se negó a rendirse.
Trabajaba día y noche, aceptando trabajos que pocos querían. Limpiaba oficinas después del cierre, cosía ropa al amanecer y ahorraba hasta el último centavo para que sus hijos tuvieran comida y techo.
Sin embargo, el mundo era cruel.
Los vecinos murmuraban a sus espaldas. Los desconocidos la miraban fijamente en la calle. Los caseros le cerraban las puertas de golpe al ver a sus hijos mestizos. A veces, le negaban la vivienda porque “no encajaba”.
Pero su amor permaneció inquebrantable. Cada noche, agotada como estaba, arropaba a sus hijos, repitiendo las mismas palabras:
“Puede que no tengamos mucho, pero tenemos honestidad. Tenemos dignidad. Y nos tenemos los unos a los otros”.