Los niños crecieron.
Los años pasaron. A pesar de los rumores, las dudas y la ausencia de su padre, los cinco hijos prosperaron. Cada uno desarrolló talentos únicos que, en última instancia, moldearían su futuro.
Uno se convirtió en arquitecto, diseñando edificios hermosos y funcionales.
Otro estudió derecho y se convirtió en abogado, un defensor de la justicia.
Otro descubrió su pasión por la música y se convirtió en cantante.
Otro forjó una carrera como consultor, asesorando a empresas.
El último abrazó la creatividad y se convirtió en artista.
Eran la prueba viviente de la fortaleza de su madre. Pero la sombra de su padre ausente seguía persiguiéndolos.
El peso de la duda
Incluso de adultos, no podían escapar de las preguntas. “¿Sabes siquiera quién es tu padre?”, preguntaban algunos con desdén. “¿Estás seguro de que tu madre decía la verdad?”
Durante años, los niños intentaron ignorar esas voces. Pero finalmente, se cansaron de defenderse de las mentiras.
«Hagámonos una prueba de ADN», sugirió uno de ellos. «Pongamos fin a todo esto de una vez por todas».
No era para demostrarse nada a sí mismos; confiaban en su madre. Era para silenciar a un mundo que había dudado de ella durante treinta años.
La verdad que conmocionó a todos
Llegaron los resultados. Abrieron el sobre con manos temblorosas y lo que leyeron los dejó sin palabras.