Un GATO CALLEJERO se COLÓ en la habitación del billonario en coma… y LO QUE OCURRIÓ DESPUÉS FUE UN MILAGRO QUE NI LOS MÉDICOS PUEDEN EXPLICAR…

Kato Callejero invade la habitación del multimillonario en coma y sucede un milagro. Gerardo Mendoza no se movía desde hacía 3 meses. Los médicos decían que estaba en estado vegetativo profundo, sin posibilidades reales de despertar. La familia ya había comenzado a discutir qué hacer con la empresa, con el dinero, con todo lo que él había construido durante 50 años de trabajo duro. Fue entonces cuando el gato apareció por la ventana entreabierta de la habitación 312, un animal atigrado, flaco, con manchas marrón y blanco por todo el cuerpo.

Nadie lo vio entrar. Pero cuando la enfermera regresó con los medicamentos de la noche, allí estaba el encima de la cama tocando la cara del empresario con su pata. ¡Dios mío! Gritó la mujer dejando caer la bandeja al suelo con un ruido que resonó por el pasillo. El gato no se asustó. Siguió allí maullando bajito, como si estuviera conversando con el hombre inconsciente. Le pasaba la pata por la cara suavemente, casi con cariño. La enfermera corrió para sacarlo, pero el animal se aferró a la sábana con sus garras, negándose a salir.

“Sal de aquí! Vamos, sal”, insistía ella, intentando agarrar al sin que la arañara. Fue entonces cuando el médico entró en la habitación atraído por el ruido. El Dr. Alejandro Gutiérrez era joven, tenía apenas 32 años, pero ya era considerado uno de los mejores neurólogos del hospital. Se detuvo en la puerta observando la escena con atención. “Espera”, dijo él levantando la mano para que la enfermera se detuviera. “Mira su cara.” La mujer miró y vio una lágrima recorría el rostro de Gerardo Mendoza.

Una sola lágrima bajando lentamente por su mejilla derecha. Eso es imposible, murmuró el médico acercándose a la cama. Una persona en estado vegetativo profundo no produce lágrimas emocionales. Sacó la linterna de su bolsillo y examinó las pupilas del paciente. Nada. Ninguna reacción. Pero la lágrima estaba allí real, mojando la almohada. “Voy a llamar a la familia”, dijo la enfermera, aún sin creer lo que veía. El gato seguía maullando, ahora más fuerte, como si estuviera llamando a alguien.

El doctor Alejandro observó al animal con curiosidad. Parecía conocer a aquel hombre, tener algún tipo de conexión con él. “Déjalo quedarse por ahora”, ordenó el médico. “Quiero ver si sucede algo más. La llamada llegó al celular de Daniela Mendoza a las 11 de la noche. Ella estaba en casa intentando ver alguna película para olvidar los problemas cuando el número del hospital apareció en la pantalla. Pensó en no contestar, pensó en apagar el teléfono y fingir que estaba durmiendo, pero algo la hizo aceptar la llamada.

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