Anna sonrió con calma.
“Sí, estoy aprendiendo. Y ahora sé que hay cosas en esta casa que escondes cuidadosamente”.
Iván frunció el ceño ligeramente, pero una chispa intrigante brilló en sus ojos: una mezcla de sorpresa y reconocimiento.
“¿Así que has empezado a jugar bajo mis condiciones?”, preguntó en voz baja, pero con una precisión gélida.
“Estoy aprendiendo”, repitió Anna. “Pero el juego será justo. Y aprenderás que no solo puedo observar, sino también actuar”.
Al día siguiente, empezó a actuar con cautela: revisando cada pasillo, estudiando las habitaciones, prestando atención a las puertas y cerraduras ocultas. Cada pequeño detalle que notaba le daba una sensación de control. El miedo se desvaneció gradualmente, dando paso a la concentración y la determinación.
Cuando Iván regresó a casa esa noche, Anna sostuvo su mirada con confianza. Él notó el cambio, pero no dijo nada. Simplemente asintió, como si reconociera que ya no estaba frente a una novia pasiva, sino ante una persona lista para actuar y afirmarse.
Esa noche, Anna experimentó su primera experiencia de verdadera fuerza: el miedo ya no era su enemigo; se había convertido en…
Una herramienta, un indicador de dónde debía ser cautelosa, dónde podía actuar con decisión.
Se dio cuenta de lo principal: el juego apenas comenzaba. La esperaban muchas pruebas, habitaciones ocultas y secretos, pero estaba preparada. Y por primera vez, tuvo claro que en esta casa tenía la oportunidad no solo de sobrevivir, sino de convertirse en dueña de su propio destino.
Al día siguiente, Anna decidió que ya no podía limitarse a observar; tenía que actuar. Volvió a examinar la casa, especialmente la parte donde Iván no la invitaba a menos que fuera necesario. Armarios viejos, puertas ocultas, escondites tras los estantes; todo parecía parte de un complejo sistema diseñado para mantener a la gente bajo control.
En uno de los pasillos, vio una pequeña puerta oculta tras una alfombra. La empujó suavemente y la puerta crujió suavemente. Dentro había una estrecha escalera que descendía. El corazón de Anna latió más rápido: esta era una verdadera habitación secreta.