Un estudiante pobre se casó con un hombre de 60 años. Y después de la boda, estaba en el dormitorio.

Una estudiante pobre aceptó casarse con un hombre casi dos generaciones mayor que ella. Pero lo que sucedió después de la boda la impactó profundamente… 😲😲😲
Iván Serguéievich, un caballero mayor de mirada fría y gris y porte aristocrático, tomó con delicadeza la mano de Anna. Su traje caro y su andar mesurado delataban a un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería.
Los padres de Anna irradiaban alegría al ver a su hija encontrar un marido adinerado. Sus esperanzas de estabilidad financiera por fin se habían hecho realidad. Tras la ceremonia oficial, comenzó el banquete de celebración.
Anna solo sonreía ocasionalmente a los invitados, intentando no traicionar sus sentimientos. Cada mirada delataba anhelo y resistencia interior. Se sentía como un juguete en manos de sus padres y su marido, intercambiada por riqueza y estatus.
“Eres hermosa”, dijo Iván Serguéievich en voz baja, notando su tensión. “Espero que podamos encontrar puntos en común”.
Anna miró en silencio por la ventana, a lo lejos, donde centelleaban las luces de la ciudad. Sus sueños ahora parecían ajenos e innecesarios. Sus deseos fueron ignorados en favor de las ganancias materiales y las ambiciones sociales de quienes la rodeaban.
Cuando los invitados se marcharon y la casa quedó en silencio, Anna se quedó sola con su nuevo esposo en la enorme mansión. En el dormitorio, él pronunció palabras que la hicieron estremecer…

Cuando los invitados finalmente se marcharon, Anna se quedó sola con Ivan Sergeyevich en la enorme mansión. Unas pesadas cortinas cubrían las ventanas, y solo la tenue luz de las lámparas creaba una atmósfera de extraña intimidad. Sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.
Ivan Sergeyevich se sentó junto a ella en el sofá y le tomó la mano con suavidad, intentando disimular la repentina oleada de emoción.
“Anna”, dijo en voz baja, “quiero ser sincero contigo. Hay cosas de las que tenemos que hablar”. Anna sintió que la ansiedad le subía al pecho. Le temblaba la voz al preguntar: “¿Qué exactamente?”.
Su esposo la miró lentamente a los ojos. Su mirada era fría, pero extrañamente penetrante.
“No quiero ocultar mis deseos…”, dijo. “Necesito saber si estás lista para lo que nos espera.”
Anna sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Sabía que esto era más que una simple conversación informal sobre la vida familiar.
“Yo…”, empezó, pero las palabras se le atascaron en la garganta.
Ivan Sergeyevich se acercó un paso más, su cálida mano apretando la suya con más fuerza.
“Necesito que seas honesta contigo misma y conmigo”, continuó con calma, “si no, nuestra vida juntos se volverá imposible.”
Anna dio un paso atrás, con el corazón latiendo con fuerza como si intentara escapar. Por primera vez, sintió el verdadero peso de su decisión. Todos sus sueños, todas las esperanzas de sus padres, ahora parecían una ilusión vacía. En ese momento, se dio cuenta de que el matrimonio era más que una simple formalidad. Era una puerta a un mundo completamente diferente, uno donde su libertad y sus deseos podían ser ignorados. Pero al mismo tiempo, sintió una oleada de fuerza en su interior: sabía que no podía dejarse consumir por las ambiciones de otra persona. “Yo… debo pensar”, susurró, apartando la mirada.
Ivan Sergeyevich asintió, como si esperara precisamente eso. Una extraña dulzura brilló en sus ojos, pero una frialdad permanecía en lo más profundo.
“Te daré tiempo, Anna”, dijo. “Pero recuerda: el tiempo lo decide todo”.
El silencio llenó la habitación, y por primera vez, Anna sintió el intenso sabor de la verdadera libertad y el miedo al mismo tiempo. Comprendió: su vida apenas comenzaba, y le aguardaban pruebas que pondrían a prueba su coraje, su capacidad de defenderse y su capacidad de decidir en quién se convertiría en este mundo.

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