Arrestado esta mañana por malversación de fondos por un valor estimado de 2 millones de euros, Ramón Heredia, de 48 años, ha sido acusado de desviar dinero de los fondos de pensiones de empleados durante los últimos 4 años. Isabela se dejó caer en el sofá, el mundo girando a su alrededor. “Ese es tu padrastro?”, preguntó Mateo.
Isabela asintió, incapaz de hablar. ¿Qué significa esto?”, preguntó Esperanza. “¿Significa que el hombre que echó a Isabela de su casa es un ladrón”, explicó Mateo cuidadosamente. El teléfono de Isabela, que había vuelto a encender esa mañana comenzó a sonar frenéticamente. Mensajes de texto aparecían uno tras otro en la pantalla.
“Perra, esto es tu culpa. Si hablas con la policía, te juro que te arruino la vida. Nadie te va a creer. Eres una mantenida sin trabajo. Te voy a encontrar. Mateo leyó los mensajes por encima del hombro de Isabela, su rostro endureciéndose. Isabela, esto es acoso. Tenemos que reportarlo. No podemos. Si me involucro con la policía, van a investigar mi situación. Van a descubrir que no tengo casa, que no tengo trabajo estable.
Le van a quitar esperanza, pero no puedes dejar que te amenace. Sí puedo. Por esperanza puedo soportar cualquier cosa. Esperanza se acercó y tomó la mano de Isabela. Ese hombre malo va a venir por ti. Isabela sintió lágrimas picando en sus ojos. No lo sé, pequeña. Entonces, ¿nos vamos? ¿Qué? Nos vamos.
Tú y yo podemos ir a otro lugar donde él no nos encuentre. Esperanza no es tan simple. Sí, hemos estado bien las tres noches. Podemos estar bien siempre. Mateo se sentó frente a ellas. O podemos enfrentar esto juntos. Isabela, lo miró sorprendida. Mateo, tú no entiendes. Ramón no es solo un hombre enojado, es peligroso.
Y ahora que está desesperado, entonces más razón para no enfrentarlo sola. ¿Por qué harías eso? ¿Por qué arriesgarías tu seguridad por nosotras? Mateo extendió la mano y tocó suavemente la mejilla de Isabela, porque en tres días ustedes dos se han vuelto las personas más importantes de mi vida. El corazón de Isabela se detuvo. En sus ojos vio algo que no había visto en años. Honestidad absoluta.
Mateo, no tienes que decir nada ahora. Solo no huyas. No, otra vez. Antes de que Isabela pudiera responder, el timbre del apartamento sonó. Los tres se tensaron. “Esperamos a alguien”, susurró Esperanza. Mateo negó con la cabeza, acercándose cautelosamente a la mirilla. “Es Carmen y hay alguien más con ella.” Isabella sintió pánico inmediato.
“Ramón, no es una mujer rubia, elegante.” Mateo abrió la puerta. Carmen entró, seguida por una mujer de unos 30 años con un traje caro y una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Doctor Ruiz, lamento molestar tan tarde. Esta es Lucía Mendoza, directora del departamento de Bienestar infantil. Isabela sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Una directora no venía personalmente a menos que algo estuviera muy mal. Señorita Morales”, dijo Lucía con una voz fría como el hielo. Tenemos que hablar sobre qué? Sobre las acusaciones que se han presentado contra usted. ¿Qué acusaciones? Lucía sacó una carpeta de su maletín. Según la denuncia anónima que recibimos esta tarde, usted tiene un historial de inestabilidad mental, abuso de sustancias y comportamiento errático.
El denunciante sugiere que representa un peligro para el bienestar de la menor. Isabela sintió que las paredes se cerraban a su alrededor. Eso no es cierto. Nada de eso es cierto. El denunciante proporcionó documentación médica que sugiere lo contrario. ¿Qué documentación? Yo nunca he estado en tratamiento psiquiátrico. Según estos registros, estuvo en terapia por depresión severa y tendencias autodestructivas el año pasado. Mateo se acercó.
¿Puedo ver esos documentos? Lucía vaciló. son confidenciales. Soy psicólogo licenciado. Si van a basar una decisión de custodia en documentos médicos, tengo derecho a revisarlos profesionalmente. A regañadientes, Lucía le entregó los papeles. Mateo los revisó rápidamente, su ceño frunciéndose más con cada página.
Estos documentos están falsificados. Perdón. Las fechas no coinciden. Los códigos de diagnósticos son incorrectos y este sello médico señaló una marca en el papel, este hospital cerró sus puertas hace dos años. Isabela asintió una mezcla de alivio y terror. Ramón, él falsificó documentos médicos.
¿Quién es Ramón? Preguntó Lucía, su padrastro, el mismo hombre que fue arrestado hoy por malversación de fondos. Carmen y Lucía intercambiaron miradas. El hombre que hizo la denuncia es el mismo que fue arrestado hoy. Tiene que ser él. Es la única persona que me odiaría lo suficiente como para hacer algo así. Lucía cerró la carpeta lentamente. Esto cambia las cosas considerablemente.
Sin embargo, señorita Morales, independientemente de la veracidad de estos documentos, usted aún no cumple con los requisitos mínimos para la custodia temporal. ¿Qué necesito? Vivienda estable, empleo verificable y completar el curso de preparación para padres de acogida. ¿Cuánto tiempo toma eso? Seis a ochanas. Isabela sintió que su mundo se desmoronaba. No tenía seis semanas.
Ramón encontraría la forma de destruirla mucho antes. Sin embargo, continuó Lucía, dado las circunstancias extraordinarias y la clara manipulación por parte del denunciante, estoy dispuesta a extender la colocación temporal por dos semanas más. Eso le dará tiempo para establecer estabilidad básica.
Y después, después esperanza será transferida a una familia certificada hasta que usted complete el proceso si es que decide continuar. Esperanza, que había estado callada durante toda la conversación, finalmente habló. No quiero ir con otra familia. Quiero quedarme con Isabela para siempre, pequeña. No! Gritó corriendo hacia Isabela. Ya perdí a una mamá, no puedo perder otra.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Isabela mientras abrazaba a Esperanza. No me vas a perder, te lo prometo. ¿Cómo puedes prometerlo? Los adultos siempre mienten. Porque te amo, esperanza. Y cuando amas a alguien, luchas por ellos sin importar qué. Mateo se acercó y puso una mano en el hombro de Isabela. Y porque no está sola en esta lucha.
Lucía y Carmen observaron el intercambio con expresiones suavizadas. Dos semanas, señorita Morales, repitió Lucía, use ese tiempo sabiamente. Después de que se fueran, los tres se quedaron abrazados en el sofá. Esperanza se había quedado dormida entre Isabela y Mateo, agotada emocionalmente. Realmente crees que podemos hacer que esto funcione, susurró Isabela.
Creo que ya está funcionando, respondió Mateo, mirando a Esperanza dormida. Solo necesitamos hacer que el resto del mundo lo vea también. Isabela sintió una calidez expandiéndose en su pecho. Por primera vez en años no se sentía completamente sola, pero en la parte posterior de su mente sabía que Ramón no se rendiría fácilmente y la próxima vez que atacara estaría más desesperado y más peligroso. El teléfono de Isabela vibró con un nuevo mensaje. Dos semanas.
Eso es todo lo que tienes antes de que destruya todo lo que te importa, empezando por ese psicólogo que crees que te puede proteger. Isabela borró el mensaje rápidamente, pero el miedo se había instalado en su estómago como una piedra fría. Ramón sabía dónde estaba y ahora sabía exactamente cómo lastimarla más.
Una semana después, Isabela había conseguido trabajo como asistente de terapia en la clínica donde trabajaba Mateo. No era mucho dinero, pero era un comienzo. Esperanza había comenzado a sonreír más, incluso había hecho una amiga en la escuela llamada Ana. Todo parecía estar encajando perfectamente, demasiado perfectamente.
Isabela estaba organizando expedientes en la recepción cuando una mujer elegante entró a la clínica. Cabello castaño perfectamente peinado, traje de diseñador y una sonrisa que Isabel la reconoció inmediatamente como la de alguien acostumbrada a conseguir lo que quería. Disculpe, busco al Dr. Mateo Ruiz. Tiene cita. No necesito cita. Soy Lucía Herrera, su ex prometida.
Isabel la sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Exprometida. Mateo nunca había mencionado a una ex prometida. Un momento, por favor. Isabela marcó la extensión de Mateo con manos temblorosas. Mateo, hay alguien aquí para verte. Dice que es Lucía Herrera.
El silencio del otro lado del teléfono duró tanto que Isabela pensó que se había cortado la llamada. Mateo, dile que baje en 5 minutos. Cuando Mateo bajó, su rostro estaba pálido, pero controlado. Lucía se levantó con una sonrisa radiante. Mateo, mi amor. Lucía, ¿qué haces aquí? No puedo visitar al hombre con quien iba a casarme.
Isabela fingió estar ocupada con los expedientes, pero cada palabra se clavaba en su pecho como un cuchillo. Terminamos hace 8 meses. Cometimos errores los dos, pero he tenido tiempo para pensar y te he extrañado. Mateo miró hacia Isabela, quien rápidamente desvió la mirada. Lucía, no es el lugar ni el momento para esta conversación.
Entonces cenemos esta noche como en los viejos tiempos. No puedo, tengo responsabilidades. ¿Te refieres a esa mujer y la niña? Isabela sintió que la sangre se le helaba. ¿Cómo sabía Lucía sobre ellas? No es tu problema, Lucía. Claro que es mi problema, Mateo. Cariño, sé que tienes buen corazón, pero esto es diferente. No puedes salvar a todo el mundo.
No estoy tratando de salvar a nadie. No. Entonces, ¿qué es esto? Una mujer sin hogar con una niña que no es suya. Es exactamente el mismo patrón que tenías conmigo. Siempre ponías a tus pacientes antes que a nosotros. Isabella se levantó abruptamente. Voy a revisar los suministros en el almacén. Pero antes de que pudiera escapar, escuchó la voz de Lucía clara y calculada.
Mateo, ¿realmente crees que esto es amor o es solo tu complejo de salvador otra vez? Isabela cerró la puerta del almacén tras ella y se apoyó contra la pared, luchando por respirar. Tenía razón, Lucía. Era solo el complejo de Salvador de Mateo. Todo lo que había sentido entre ellos era una mentira. Su teléfono vibró.
Un mensaje de número desconocido. Bonita clínica. Sería una lástima que algo le pasara al buen doctor por meterse donde no debe. Isabela borró el mensaje rápidamente, pero ya era demasiado tarde. Ramón había escalado sus amenazas. ya no era solo contra ella.
Cuando salió del almacén, Lucía se había ido, pero Mateo seguía en recepción viéndose perturbado. Isabela, no tienes que explicarme nada. Tu vida personal no es mi problema. Si lo es, porque tú eres parte de mi vida personal ahora. Isabela sintió lágrimas picando en sus ojos. Lo soy o soy solo otro proyecto de rescate? ¿Cómo puedes preguntar eso? Porque tu ex prometida tiene razón. Has estado salvándome desde el momento en que nos conocimos.
La comida, el refugio, el trabajo. ¿Alguna vez te detuviste a preguntarte si esto es real o solo tu necesidad de ayudar? Mateo se acercó, pero Isabela retrocedió. Isabela, lo que siento por ti no tiene nada que ver con mamá. Isabela. Esperanza irrumpió en la clínica corriendo hacia Isabela con lágrimas en los ojos.
Carmen venía detrás de ella viéndose estresada. ¿Qué pasó?, preguntó Isabela arrodillándose para abrazar a Esperanza. La señora Carmen dice que tengo que irme. Dice que hay una familia en Barcelona que me quiere. Isabela miró a Carmen por encima de la cabeza de esperanza. Pensé que teníamos dos semanas. Las tenemos, pero surgió una oportunidad excepcional.
Los Vega son una familia experimentada. Han acogido a 12 niños exitosamente. Quieren conocer a Esperanza este fin de semana. No quiero conocer a los Vega. Quiero quedarme aquí. Esperanza pequeña. Solo es una visita. No, las visitas se convierten en quedarse. Siempre pasa lo mismo. Isabela sintió pánico absoluto. La estaban perdiendo.
Todo se estaba desmoronando. Carmen, por favor, dame una oportunidad más. Estoy trabajando. Tengo un lugar donde vivir. Isabela, sabes que me caes bien, pero los Vega pueden ofrecer estabilidad inmediata. Dos padres, casa propia, educación privada. No me importa la educación privada”, gritó Esperanza. “Solo quiero a mi mamá Isabela”.
El corazón de Isabela se rompió completamente al escuchar a Esperanza llamarla mamá por primera vez y yo quiero que seas mi hija para siempre. Pero a veces amar a alguien significa hacer lo que es mejor para ellos, aunque te duela. No digas eso, no digas eso, porque suena como si te estuvieras rindiendo. Isabela miró a Mateo, quien había estado callado durante todo el intercambio.
En sus ojos vio culpa, duda. Lucía había plantado semillas de incertidumbre y ahora él estaba cuestionando todo. No me estoy rindiendo, dijo Isabela firmemente. Pero tal vez Carmen tiene razón. Tal vez los Vega pueden darte cosas que yo no puedo. Lo único que necesito es a ti. Carmen carraspeó incómodamente. La visita es mañana por la tarde. Esperanza. Vas a ir y vas a ser cortés.
Después decidiremos qué es lo mejor. Esa noche Esperanza se negó a cenar. Se acurrucó en el sofá con Isabela, aferrada a ella como si fuera a desaparecer. ¿Me vas a dejar ir con los Vega? preguntó en voz muy baja. No lo sé, pequeña. No sé qué es lo correcto. Ya yo sí lo sé. Lo correcto es que nos quedemos juntas.
¿Por qué los adultos complican todo tanto? Mateo se acercó al sofá. Puedo hablar contigo, Isabela. En privado. Isabela siguió a Mateo a la cocina, el corazón latiéndole dolorosamente. Isabela, sobre lo que dijo Lucía, ¿era cierto? Tenías un patrón de poner a tus pacientes antes que a ella. Mateo vaciló y esa vacilación le dijo todo lo que necesitaba saber.
Pensé que sí, pero contigo es diferente. ¿Cómo sabes que es diferente? Porque cuando miro a esperanza contigo, no veo a una paciente, veo a una madre protegiendo a su hija. Y cuando te miro a ti, veo mi futuro. Isabela sintió lágrimas rodando por sus mejillas. Pero, ¿y si Lucía tiene razón? ¿Y si yo solo soy tu forma de lidiar con la culpa sobre tu hermana? ¿Eso lo que realmente crees? Isabela cerró los ojos sintiendo el peso de todas sus inseguridades.
No sé qué creer ya. Todo está pasando tan rápido. Hace dos semanas estaba viviendo en la calle y ahora estoy pensando en adoptar a una niña y y enamorándome de ti. ¿Te estás enamorando de mí? La pregunta salió como un susurro lleno de esperanza. Eso no importa. Lo que importa es esperanza. Para mí sí importa. Antes de que Isabela pudiera responder, su teléfono sonó.
El nombre Hospital General apareció en la pantalla. Diga, ¿es usted Isabela Morales? Sí, soy la enfermera Martínez del Hospital General. Su padrastro, Ramón Heredia ha sido ingresado en emergencias. Dice que usted es su contacto de emergencia. Isabela sintió que el mundo se tambaleaba. ¿Qué le pasó? Fue agredido en prisión. Sus heridas no son mortales, pero quiere verla. dice que es urgente.
Isabela colgó el teléfono con manos temblorosas. ¿Qué pasó?, preguntó Mateo. Ramón está en el hospital. Dice que quiere verme. No vas a ir. Tal vez deba. Tal vez sea la única forma de terminar con esto. Isabela no es una trampa. Y si no lo es, y si realmente está herido y arrepentido.
Después de todas las amenazas, Isabela la miró hacia la sala, donde esperanza esperaba, probablemente escuchando cada palabra. No puedo tomar decisiones claras con él, amenazándome constantemente. Necesito enfrentarlo una vez y por todas. Entonces voy contigo. No, si algo sale mal, Esperanza te necesita aquí. Mateo la agarró suavemente del brazo.
Isabela, sea lo que sea que Ramón te diga, no cambies nada sobre nosotros, por favor. Isabela lo miró a los ojos, grabando su rostro en su memoria. Te amo, Mateo. Pase lo que pase, quiero que sepas eso. Yo también te amo. Se besaron suave y desesperadamente, como si fuera la última vez, porque Isabela tenía el terrible presentimiento de que podría serlo.
Una hora después, Isabela caminaba por los pasillos estériles del hospital, dirigiéndose hacia una confrontación que podría cambiar todo. No sabía que en ese mismo momento Esperanza estaba en la sala llorando en silencio porque había escuchado cada palabra y decidiendo que si los adultos no podían arreglar las cosas, entonces ella tendría que hacerlo.
Isabella entró a la habitación del hospital con el corazón martilleando contra sus costillas. Ramón estaba recostado en la cama, con vendajes en la cabeza y un brazo en cabestrillo. Se veía mayor, más frágil de lo que recordaba. Isabela, viniste. ¿Qué quieres, Ramón? Siéntate, por favor. Prefiero quedarme de pie.