No arranques, tu esposo cortó los frenos”, gritó la sirvienta a la millonaria. “No olvides comentar desde qué país nos estás viendo. Laura, una mujer elegante y de mirada firme, había salido de la mansión con el seño fruncido después de una acalorada discusión con su esposo Julián. Él, un hombre de negocios tan exitoso como calculador, llevaba semanas mostrándose frío y evasivo, pero ese día las palabras cruzaron una línea peligrosa. Laura, cansada de humillaciones veladas y del desprecio con el que él trataba no solo a ella, sino también al personal de servicio, decidió irse a la ciudad sin avisar a nadie.

Lo que no imaginaba era que alguien dentro de esa casa había escuchado algo aterrador. Ana, la sirvienta, llevaba más de 15 años trabajando para la familia. Era de esas personas discretas que saben demasiado pero hablan poco, porque en las casas ricas las paredes tienen oídos y las consecuencias suelen ser crueles. Sin embargo, esa mañana, mientras limpiaba la biblioteca, escuchó a Julián hablando por teléfono con un tono gélido. Las palabras accidente y cortar los frenos la hicieron detenerse en seco.
No podía creer lo que oía. Pensó que tal vez se trataba de un malentendido hasta que escuchó con claridad: “Hoy será su último viaje.” Con el corazón acelerado, Ana se debatió entre el miedo y la urgencia. Sabía que si lo acusaba sin pruebas podría perder no solo su trabajo, sino también su vida. Julián tenía conexiones, poder y un historial de hacer desaparecer problemas de manera muy conveniente. Pero cuando vio a Laura salir con las llaves del auto y dirigirse al portón, supo que no podía quedarse callada.
corrió tras ella gritando su nombre, pero el ruido del motor y la música del coche hicieron que sus palabras se ahogaran en el aire. Laura giró la cabeza al ver a Ana correr desesperada con el rostro desencajado. Frenó de golpe y bajó el cristal confundida. “¿Qué pasa contigo? ¿Te volviste loca?”, dijo con un dejo de molestia. Ana, jadeando, apenas pudo articular. “No aceleres. Conozco su plan. Tu esposo cortó los frenos.” El silencio que siguió fue más pesado que cualquier explicación.
Los ojos de Laura se agrandaron intentando procesar lo que acababa de escuchar. La millonaria miró hacia la mansión. En el balcón, Julián observaba la escena con una leve sonrisa que no coincidía con la situación. “Ana, si esto es algún tipo de broma, no tiene gracia”, replicó Laura, intentando mantenerla compostura, aunque su voz temblaba. Ana negó con fuerza y con un hilo de voz añadió, “Escuché todo. Planea que mueras antes de llegar a la ciudad. Dice que así todo quedará en sus manos.” Esa frase hizo que la sangre de Laura se enfriara.