Llevábamos tres años casados, nuestro amor seguía siendo fuerte y apasionado, cuando un día mi esposo, con una mirada seria, de repente me dijo:

“Quiero dormir solo por un tiempo…”

Me quedé atónita.

Para cualquier mujer, esas palabras son como un rayo.

Lloré, me enfadé, intenté resistirme desesperadamente, pero él permaneció firme.

Finalmente, impotente, no tuve otra opción más que ceder.

Sin embargo, seguía sintiendo inquietud.