Había amado a Daniel desde la universidad. Había sido su mejor amigo, su primer amor, el hombre que le había prometido protegerla «hasta que la muerte los separara». Pero las promesas, ahora lo entendía, son solo palabras.
Pasó los dos primeros días buscando dónde quedarse. Una recepcionista comprensiva le permitió extender su estancia por la mitad del dinero que Tiffany le había dado. Grace solicitó un puesto temporal de contabilidad que había visto en internet, ansiosa por ser independiente. Sin embargo, no importaba lo que hiciera para entretenerse, su mente siempre volvía a ese momento: el extraño susurro de Tiffany.
«Vuelve en tres días…»
La noche del tercer día, Grace ya no pudo ignorar la llamada. A pesar de sus mejores intenciones, decidió regresar a casa, no por Daniel, sino para seguir adelante.
Noah estaba dormido cuando lo dejó en casa de un amigo, prometiéndole volver pronto. Mientras conducía por las calles tranquilas hacia su antiguo hogar, una mezcla de ansiedad y curiosidad le oprimía el pecho.
Al llegar, las luces estaban encendidas. La puerta principal, la misma que Daniel le había cerrado, ahora estaba abierta de par en par.
Grace dudó ante la puerta. Voces provenían del interior. La de Daniel: furiosa, frenética. La de Tiffany: entre lágrimas.
Se acercó, con el corazón latiéndole con fuerza.
A través de la ventana, vio a Daniel caminando de un lado a otro, con el teléfono en la mano, mientras Tiffany, sentada en el sofá, tenía el rostro pálido.
«¡Te dije que no lo tocaras!», gritó Daniel. «¿Te das cuenta de lo que has hecho?»
«¡No lo sabía!», sollozó Tiffany. «¡Solo quería que viera la verdad!»
Grace se quedó paralizada. ¿Qué verdad?
Antes de que pudiera moverse, Daniel se giró bruscamente, la vio por la ventana y palideció al instante.
# Parte 3