Cuando Elena bajó con Sofía, ambas vestidas y listas para salir, Diego las estaba esperando en el recibidor. Me gustaría acompañarlas. Las dos se quedaron mirándolo con sorpresa. “Papá, ¿vienes con nosotras?”, preguntó Sofía con los ojos muy abiertos. Si no les molesta, Sofía saltó de emoción. Sí, por favor, por favor. Diego miró a Elena. Ella lo estudió por un momento y luego asintió. Está bien.
Los tres salieron del pentouse. En elevador, Sofía iba en medio, tomada de las manos de ambos. Diego no podía recordar la última vez que había hecho algo así. Simplemente salir sin agenda, sin objetivo, solo para estar con su hija. Tomaron el coche de Diego, un Mercedes negro que raramente usaba para algo que no fuera trabajo.
Elena se sentó adelante con él mientras Sofía iba atrás en su silla de seguridad cantando una canción que había aprendido en la escuela. El tráfico de la Ciudad de México era caótico como siempre, pero por primera vez en mucho tiempo Diego no se sentía ansioso por llegar a ningún lado.
Llegaron al bosque de Chapultepec y encontraron estacionamiento cerca del lago. Sofía salió corriendo hacia los patos en cuanto bajó del coche. Elena iba detrás de ella vigilándola. Diego la seguía observándolas. Había algo en la forma en que Elena cuidaba a Sofía que iba más allá del deber. Era instintivo, natural, como si hubiera nacido para eso.
Elena se dio cuenta de que la estaba mirando y volteó. Sus miradas se encontraron y algo pasó entre ellos. Algo que Diego no supo nombrar, pero que sintió en el pecho. Algo que le decía que tal vez había estado equivocado sobre muchas cosas. Pasaron la mañana caminando por el bosque. Sofía corría adelante persiguiendo mariposas y señalando ardillas.
Elena la seguía de cerca, siempre atenta, pero dejándola explorar. Diego caminaba junto a ellas con las manos en los bolsillos, sintiéndose fuera de lugar en esta versión de su propia vida. Cuando llegaron al lago, Sofía insistió en alimentar a los patos. Elena sacó de su bolso una bolsita con pan que había traído específicamente para eso.
Diego se dio cuenta de que ella siempre pensaba en los detalles pequeños que hacían feliz a su hija, cosas en las que él nunca había pensado. “Papá, ven llamó Sofía. Ayúdame a darles de comer.” Diego se acercó y Sofía le puso pedazos de pan en la mano. Los patos se acercaron nadando rápidamente, compitiendo por la comida. Sofía reía cada vez que uno de ellos atrapaba un pedazo en el aire.
“Mira, ese papá, es el más rápido.” Diego sonrió. Creo que es el más hambriento. Sofía lo miró con esos ojos grises tan parecidos a los suyos. “¿Sabías que mami y yo veníamos aquí? A veces cuando tú estabas trabajando, Diego sintió que algo se apretaba en su pecho. No, no lo sabía. Sofía asintió.
Ella me contaba historias sobre cuando era niña y su papá la traía aquí. También decía que este era un lugar mágico donde los deseos se hacían realidad si los pedías junto al agua. Diego tuvo que tragar el nudo que se había formado en su garganta. ¿Y pediste algún deseo? Sofía bajó la mirada. Sí, pero no se cumplió. Diego se arrodilló para quedar a su altura.
¿Qué pediste, mi amor? La niña lo miró con una tristeza que no debería existir en el rostro de alguien tan joven. Pedí que mami regresara, pero Elena me explicó que algunos deseos no pueden cumplirse porque las personas que se van al cielo no pueden volver. Así que ahora pido cosas diferentes. Diego sintió que las lágrimas amenazaban con salir.